Dejar de fumar, ir al
gimnasio y ponerse a dieta no son propósitos muy originales cuando comienza un
año nuevo, tras las fiestas navideñas. Una gran cantidad de mortales los asumen
y emprenden con pasión, aunque la mayoría no llegan ni a los carnavales. Estos
excesos que cometemos desde el principio del solsticio de invierno los pagamos
mientras subimos asfixiados la cuesta de enero.
Todo se torna en arrepentimiento,
pesadumbre, desazón, emociones resumidas todas en un término sin cabida en el
diccionario –por el momento, que la Real Academia Española está
últimamente muy atenta a las expresiones de la calle-, y que no es otro que “regordimientos”: dícese de la
compunción por ponerse gorda –o gordo- a causa de la debilidad e imprudencia
ante los ricos manjares de las mesas navideñas, degustados con gula, con
fruición y con desmesurado desenfreno.
Una desazón que deja cruel constancia en
cremalleras que no suben, botones que no cierran, curvas que pierden su
proporcionalidad o básculas cuya sinceridad nos golpea en el trasero. La
conciencia se convierte entonces en una obstinada espada de Damocles, de la que
es difícil zafarse.
Mañana será otro día, pero el roscón de nata me lo termino.
Publicado en "Cartas al Director" del diario HOY el miércoles 6 de enero de 2016.
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