La brisa carga en su espalda
murmullos que la entorpecen,
y mis pensamientos dudan,
vienen, van y se adormecen.
Las nubes van desfilando,
y cielo y mar ensombrecen.
Mi silencio va llorando,
se retira cabizbajo
y su cuna nadie mece.
Cuando el día amanece gris, como es el caso, los veraneantes no se resignan a renunciar a su día de playa, con sus palas, sus pelotas, sus sombrillas y tumbonas, sus niños correteando sobre las toallas propias y ajenas, y sus conversaciones pretendidamente divertidas, porque es tiempo de vacaciones, y hay que ser gracioso, parecer feliz y que los vecinos de sombrilla sean conscientes de ello.
Yo busco paz en la playa, serenidad de espìritu, pero a partir de cierta hora es misión imposible. Es el momento de retirarse para evitar las voces estridentes, palabras malsonantes, sobresaltos y desasosiegos.
Me estoy haciendo mayor,
una mosca cojonera,
y como creo que lo valgo,
viviré como yo quiera...
¡Maaadreee, esto mío ya no tiene remedio...!
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