Mi amigo Diego escribía estos días atrás
un artículo en la sección “Plaza Alta” del periódico HOY, que tituló “Las
mentiras del facebook”. Y qué gran verdad es… El que más y el que menos,
utiliza los pasillos del face como escaparate, pero con una programada y
seleccionada muestra de pensamientos, actividades, opiniones y fotos. ¡Cuánta
superficialidad y qué abanico de frivolidades! Verdaderamente, esto funciona
como los cotilleos de los pueblos, pero en lugar de criticar boca a boca, o de
fisgar desde detrás de la cortina de la ventana que da a la calle, como la
vieja del visillo, se hace con el teclado y husmeando en los muros o en el
perfil de los “amigos”. El gusto es el mismo, y la cabra siempre tira al
monte.
En lo de falsear la realidad, yo misma he
de confesarme de intentar publicar las fotos que no me resalten lo feo: mis
dientes apiñados y de conejo, mis arrugas en las arrugas, mis imperfecciones en
la figura… No sé utilizar el fotoshop (todo se andará), pero sí recortar una instantánea
por donde me interesa, para no enseñar una molla impertinente. Cuando me
acuerdo –a veces se me pasa- me quito las gafas para posar, pero soy
hipermétrope y veo menos que un topo, por lo que las llevo siempre puestas por
mi bien y el de los transeúntes que se cruzan en mi camino. Procuro restaurarme
el maquillaje si me huelo foto a la vista, o esconderme detrás de unas
espléndidas gafas de sol (que también son graduadas). En fin, truquillos que no
echen por tierra mi autoestima al contemplar mi deplorable imagen
inmortalizada, para regocijo de mis enemigos, si los tuviera o tuviese. Porque,
presumida y coqueta soy un rato, todo hay que decirlo.
Menos mal que la gran mayoría de los
amigos virtuales que tengo en las redes, lo son también del diario transcurrir
de mi mediocre vida, y me han visto ya en mis días buenos, en los malos y en
los peores, y están curados de espanto. Con rímel y sin rímel, con el pelo
suelto y con coleta, con chándal y con tacones, con la cara lavada y pintada
como una puerta.
A
estas alturas de mi vida me he tejido un amplio impermeable por el que me
resbalan las opiniones de much@s conocid@s. Aún a riesgo de caer en la
inmodestia, manifiesto abiertamente que cuando me enfrento a un espejo, si es a
cierta distancia, mejor, me digo a mí misma: “no estás mal, para la edad que
tienes…”, mientras cambio de pose poniendo morritos.
Ahora ya ni me acuerdo por qué estoy
echando esta perorata, pero ahí queda. Esto va a ser del riego sanguíneo. Más
de uno tendrá otro argumento para detestarme y criticarme por mi incontinencia
verbal. Pero me encanta ser dueña de mis impulsos. De hecho, me divierte.
Yo también os quiero.
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