La sala de espera estaba llena de mujeres, pero la estampa recordaba una manada de corderos a las puertas del matadero.
Yo no soy aprensiva, y me mantuve callada los primeros minutos, pero con las antenas puestas. Los flecos de las conversaciones entre algunas de ellas no eran muy alentadores.
-"Estoy zurrada. Me han llamado a casa por teléfono para que venga a hacerme una ecografía. Me hice la mamografía el mes pasado, pero como tengo tan poco pecho, no lo verán muy claro. Mal asunto. ¡Qué poco me gusta este sitio...!"
Esta mujer estaba en las mismas circunstancias que yo. La mamografía no había sido concluyente, por lo que hay que completar la revisión escudriñando la mama con el ecógrafo.
-"A mí me detectaron el cáncer estando embarazada de cuatro meses, y no esperaron para operarme y darme la quimio. Ya hace ocho años."
-"Pues yo ya estoy operada de un pecho, y ahora me tienen que quitar el otro..."
El panorama no invitaba al optimismo precisamente. Cuando el destino te señala con la varita mágica del cáncer, solo te queda salir corriendo al frente, pero no todas las personas sortean las dificultades con la misma entereza. Las hay que se niegan a saltar los obstáculos, otras se caen una y otra vez en el intento, y otras, sencillamente, no consiguen alcanzar la meta a pesar de los esfuerzos.
Una nunca sabe cómo va a reaccionar llegado el caso, lo cierto es que cuando miro a los ojos esa posibilidad de estar enferma, lo primero que me viene a la mente es la negación, y seguidamente una predisposición firme a la lucha sin cuartel para ganarle la batalla al enemigo.
Pasaron largos minutos inmersa en una atmósfera densa e irrespirable, rota tan solo cuando el ATS hizo su aparición en escena, con la lista de pacientes, nombrando a las presentes para establecer los turnos.
Una vez dentro de la consulta, sumida en una casi absoluta oscuridad, me indican que me desnude de cintura para arriba detrás de un biombo, para tumbarme después en la camilla que está junto a la pared, colocando las manos bajo la nuca.
Tras una ojeada minuciosa al techo de la estancia tenebrosa, la doctora se sienta a mi lado, frente al monitor, me unta un gel muy frío sobre un pecho, que me lo encoge todo, y procede al examen. En voz muy baja, casi un susurro, la oigo comentar a su ayudante: "nada, todo normal...", mientras me va estrujando la mama con el detector, milímetro a milímetro, deslizándolo ágilmente sobre el lubricante con el que antes me ha embadurnado.
Repetición de la jugada con el otro pecho. Parece que se para para observar más detenidamente en un punto concreto, y la oigo decir: "sí, aquí está..., tres milímetros, pero no es nada... Puede usted vestirse. No es necesaria revisión, tiene un pequeño quiste que irá desapareciendo poco a poco, quédese tranquila..."
Y una brisa suave te recorre el cuerpo, y reanudas la respiración contenida, y te incorporas con ganas de bailar una jota y de cantar una rumba, o incluso de plantarle dos besos a estos sanitarios que parecen haber hecho la firme promesa de no sonreír en horas de trabajo.
Otro minuto de inflexión en mi vida, que ha gozado el privilegio de poder cambiar el rumbo de mi destino, y afortunadamente no lo ha hecho.
CLIC
Las mujeres estamos hechas de una pasta muy dura, lo mío no tiene importancia, pero he tratado de cerca a algunas que sí que son valientes y admirables, todo un ejemplo de actitud ante la adversidad.
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