No podría cantarle al 2018 que
“lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks”,
porque se me ha hecho un año muy largo y muy duro, que me ha dejado, como a
Joaquín, “la miel en los labios y escarcha en el pelo”. Mi lista de deseos para
el que se avecina tiene en su primer renglón PAZ. En territorio patrio, porque
no me llega la camisa al cuerpo desde que Torra dejó ver sus intenciones de
conseguir su objetivo independista a través de la fórmula eslovena, el muy
insensato. Paz de espíritu para los asesinos que tienen fijación por las
mujeres, a ver si las estadísticas nos favorecen un día de estos. Paz en cada
rincón del planeta que sufre conflictos violentos, que aplastan inmisericordes
a los más vulnerables. Paz en el interior de la Tierra, que no deja de escupir
y temblar aterrando a los seres vivos y arrasando todo lo que pilla a su paso.
Hablando de paz, ¿por dónde se
llega a La Paz en Badajoz…? Hay dos caminos: por la autopista o por Sinforiano
Madroñero. Y ahora que menciono esta hermosa avenida de Valdepasillas he de
decir que se ha convertido para mí, y no seré la única, en el trayecto más
antipático de toda la ciudad, gracias a los hermosos tropezones instalados en
su asfalto, más seguidos de lo que pueden soportar los sufridos amortiguadores
de mi utilitario. Si puedo evitarlo, busco otro sendero más amable. Tiene
nuestro Ayuntamiento un año por delante para mejorar este camino, tanto el
firme como esos chiripitifláuticos aparcamientos en los que hay que entrar
justo al revés de como sería más lógico.
Le digo adiós a un 2018
manifiestamente mejorable, cantándole con ironía, a ritmo de Sabina: “Desde el
taxi y haciendo un exceso me tiró dos besos, uno por mejilla”.
Anda y que te
ondulen.
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