Este tiempo de vértigo no nos
facilita reciclar recuerdos ni reliquias. No queda espacio para lo viejo, lo
usado, lo antiguo, es necesario tirar para usar, dejar espacio a lo nuevo, que
dejará de serlo para formar parte de ese agujero negro inmenso de lo inservible,
de inmediato y de forma irremediable. Un bucle, un twitter, un torbellino, un
huracán, un tsunami del que nos es imposible escapar.
Que paren las máquinas de este
desatino que aceptamos sumisamente y con resignación. Hemos entrado en un
callejón sin salida o -peor aún- que nos lleva al abismo de los despropósitos.
Reivindico apearme de este tren
sin frenos, emprender un viaje sosegado que me permita disfrutar del paisaje,
sentir en la cara un aire limpio que me purifique el alma y acaricie mis
sentidos, que acorte la distancia con mis recuerdos más apreciados y me
conduzca a cada uno de mis tesoros dormidos. Un viaje cuyo destino sea un
horizonte policromado, en el que el sol juegue al escondite con el mar, con las
montañas, con mil figuras perfiladas con precisión desde mi visión mermada. Y,
una vez allí, dejar que tu abrazo de madre me acune en un dulce sueño.
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