Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Empanada molona



No tenía comida hecha, pero sí bastante prisa, porque debía ir a trabajar por la tarde otras tres horas. Abrí el frigorífico, y descubrí masa de hojaldre que ya casi había olvidado que compré la semana pasada. De esos productos sin programar que echas en el carro “por si acaso…” Pensé: le pongo encima tranchetes y lonchas de pechuga de pavo, enrollo y corto en rodajitas, al horno, y ¡ricas palmeritas saladas!
Al abrir la masa me percaté de que no era rectangular, sino redonda. Las palmeritas se consiguen mejor con el hojaldre rectangular, pero aun así la cubrí con el queso fundido, encima lonchas de pavo, y embadurné toda la base con tomate frito casero.
Abrí de nuevo el frigorífico para servirme un cerveza mientras preparaba la comida, y ¡oh, sorpresa! En una balda tenía un tarro de cristal hermético que contenía la carne picada guisada que sobró de los spaguettis del día anterior. La repartí por encima del tomate. Yo soy de las de “cocina de aprovechamiento”.


Llegados a este punto, enrollar parecía una misión imposible con tanto condumio, así que desprecinté otra masa que me quedaba (seguro que compré un 2x1, de otra forma no me lo explico…), y decidí cerrar el invento a modo de empanada, después de puestos… Pero antes, añadí unas tiras de pimientos asados, que seguro le daría jugosidad.
Sellé los bordes, pinché unas cuantas veces la masa superior, y pinté de huevo batido mientras el horno se calentaba. Cada cual conoce las virtudes y las limitaciones de su horno, yo lo puse a 180 grados, y saqué la empanada cuando la vi doradita, unos 15 minutos aproximadamente.
Una delicia para los sentidos, porque entraba por los ojos, olía a gloria bendita y se desbarataba en la boca en una riada de emociones indescriptibles, cuando además estábamos a esas horas muertos ya de hambre. Dimos buena cuenta de ella, con una copita de buen vino de mi tierra extremeña, y me fui a trabajar más contenta que unas pascuas…


    ¡Con qué poquito podemos ser felices…!

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