He hecho un alto en el camino, me
he apeado de un caballo desbocado para esconderme en mi bosque de silencio y
allí hibernar bajo una lluvia de estrellas.
Aplicar mi egoísmo como un
bálsamo que cierre mis venas abiertas.
Vomitar los dolores enquistados,
aunque vayan destrozando todo a su paso, desde las entrañas hasta la garganta.
Aprender el truco de magia que me
haga invisible ante las adversidades, para que nunca me encuentren.
Mirarme al espejo con los mismos
ojos de siempre, pero con una mirada nueva.
Tomar café frente a mis
recuerdos, que a veces acompañan más que las personas.
Disfrutar las ausencias tanto o
más que las presencias.
Hacer equilibrios sobre los
raíles que conducen a una armonía perfecta.
Comprender las razones más
insondables de mi corazón.
Contemplar extasiada los
atardeceres que a nadie interesa que cuente.
Y pintarme los labios de rojo,
como sangre enardecida de la pasión que mastiqué en un tiempo que ahora se me
escurre entre los dedos.
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