Camina el verano entre olas de
calor, de la mano del letargo de sus días, que recitan la cuenta atrás del sueño
tantos meses idealizado. Ese sueño de colores vivos, de azules que explotan en
la mirada, de manantial inagotable de sonrisas, de noches arropadas con
estrellas, de brindis por la vida, de amigos rescatados del olvido, de caricias
con sabor a fruta fresca, de dulces siestas compartidas.
Camina el verano a pasos
agigantados, borracho de deseo, saltando como un atleta por encima de noticias
grises, esquivando flechas de fuego, aguantando piedras en los zapatos, sorteando
retenciones de tráfico, sin otra meta que llegar sano y salvo a la maratón del
otoño, tras el acopio de alimento
energético para el alma atormentada.
Camina el verano sobre una
alfombra de renunciamientos obligados, y camina con los pies descalzos, a la
caza y captura de unos deshilachados momentos de felicidad a medias, que nos
resarzan de tan agónica espera.
Camina el verano, y en sus horas
nuestras vidas se escurren en un torrente de dulce esperanza.
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