Como todos los veranos España
está que arde, en sentido literal y en sentido figurado. Algunos temas siguen
suscitando incertidumbre y levantando ampollas, como el del independentismo
catalán. Los independentistas son inmunes al desaliento, por más que sus
pretensiones coleccionen hermosas calabazas, y han conseguido enfadar al
Gobierno con su despliegue de argucias. Podrían acabar como Sísifo, claro
ejemplo del esfuerzo inútil e incesante de los hombres. Tengo una enorme
curiosidad por saber cómo podrá evitarse la celebración del referéndum en la
fecha que proclaman a los cuatro vientos, y albergo esperanzas de verla
reducida a un simple farol. Confío que se tomen los acontecimientos con calma.
Despasito, que es lo que se lleva, pero sin que les tiemble el pulso, haciendo
valer la Constitución que hace décadas votamos responsablemente. Sugiero, ya
que los independistas quieren preguntar en las urnas, que les dejen, pero que
nos pregunten a todos los españoles. Habrá compatriotas que los apoyen en su
determinación y otros que no quieran renunciar a Cataluña porque unos pocos
pretendan llevársela. Si desde el primer momento se hubiese optado por esta
posibilidad, a lo mejor hoy no estaríamos polemizando sobre este manido asunto.
Sísifo, como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente
un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando
hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la
cumbre y así indefinidamente. Puede que los separatistas estén condenados a
algo parecido, si no pegamos un puño sobre la mesa. Eso sí, despasito.
Publicado en "Cartas al Director" del diario HOY el martes 18 de julio de 2017.
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