Ea, pasamos página de agosto. Septiembre se nos ha instalado desde primera hora, a horcajadas, sin pudor alguno.
Llegué anoche a casa a las 23:00
h., apurando al máximo los minutos en mi retiro, porque esta mañana ya me he
incorporado a trabajar.
Cuando llegué, tras los abrazos y
los besos a mis hijos, que no los veía hacía tanto, hice una inspección visual
rápida e inevitable, por más que lucho con mis impulsos, en primer lugar a la
cocina y al baño, y no me salió el clásico suspiro seguido de “hogar, dulce
hogar”. Se me escapó irremediablemente aquella otra conocida frase: “Señor,
Señor, ¿por qué me has abandonado…?”
Hoy, tras la jornada light, todo
hay que decirlo, en el colegio, con saludos, besos y elogios al descansado
aspecto, aparte de asistir al claustro del profesorado y posterior reunión de etapa, la vuelta a casa la
hice, como de costumbre, con el paso obligado por el supermercado para hacer
acopio de los más elementales víveres, y ocupar la nevera que encontré con
telarañas, descargué las bolsas y me dispuse a preparar la comida. Tras una
sobremesa familiar distendida, comencé con el zafarrancho de combate, escoba,
bayetas de todas las formas y colores y fregona en mano, que ha durado varias
horas, y lo que te rondaré morena. Hoy he recitado, entre resoplidos, lo de
“mon Dieu, mon Dieu, je
suis très fatiguée…”.
Pero que nos quiten lo bailado: a
mis hijos, porque han tenido, para ellos y sus amistades, todas las
instalaciones necesarias para estar a sus anchas sin echar de menos mis
regañinas y mis llamadas al orden; y a mí, que me he resarcido de mis días de
“chica para todo”, para todos, y sin límite de horario, días a los que ahora
vuelvo con energía suficiente hasta el siguiente retiro.
De mi marido, santo varón, nada
que objetar, que los últimos días de agosto ha estado a diario pendiente de su trabajo,
de sus vástagos y de unas mínimas faenas domésticas, y los fines de semana viajaba
a mi encuentro para hacer más llevadera la ausencia del uno por el otro, y
dedicarme sus atenciones y sus arrumacos.
No somos nadie.
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