Después de comer me senté en el porche para llenarme de sol, ese sol esquivo desde hace semanas, que ha ignorado hasta hoy que la primavera llegó con puntualidad germánica.
Coloqué mi asiento dejando mi rostro resguardado de los rayos ultravioleta, pero dejé que mis piernas se calentasen bajo mis vaqueros. Mi mano izquierda sujetaba el libro, mientras la derecha descansaba sobre el reposabrazos, y sobre ella caía todo el fuego del astro rey. La observé atentamente, distrayendo la atención de la lectura, y descubrí con estupor cómo la artrosis degenerativa empieza a marcar su sello en los nudillos de mis dedos, que comienzan a asemejarse a los sarmientos de la vid, resecos y retorcidos.
Pronto se pasa la vida, que cuando todavía te invade el miedo a un futuro que está por venir, tienes que ir cerrando las puertas de un pasado que se escapa, escurridizo, entre esos dedos comidos por el desgaste de los tiempos.
Hoy se ha repetido el milagro de este tiempo circular, y mi jazminero ha florecido como palomitas en el microondas. Anhelaba este mágico suceso, por el cual mi cocina y mi comedor se perfuman de jazmines, inundando mis sentidos.
Enternecedor.
ResponderEliminarEnternecedor.
ResponderEliminarGracias, Pepe, me alegra que te guste. Un saludo.
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