El sueño de una gala de verano
La primavera, la sangre altera,
eso es bien sabido por todo el mundo. Cuando empezó el mes de las flores, ni se
me pasó por la cabeza participar en la competición de coreografías de batidos
Puleva con mis alumnos de primaria. El año pasado hicimos dos vídeos muy
trabajados, con objetivos muy claros, como eran dar difusión a los carnavales
de Badajoz, y publicitar la ciudad a través de sus monumentos para atraer
turismo, y nos falló el apoyo de los nuestros, los más cercanos, que solo
tenían que ver el vídeo cada día, y no lo hicieron con perseverancia. Pero…
¡ay!, se me cruzaron los cables a tiempo de hacer la preinscripción. Fue un
chispazo que saltó en medio de la desmotivación, y me dije: "qué más da si no
ganamos, a mí me gusta bailar y coreografiar para mis alumnos, y eso no es
perder el tiempo". Hay una remota posibilidad de triunfar, pero es imposible si
ni siquiera se intenta.
Ahí comenzó a rodar la bola de
nieve, empezó a funcionar la cadena de montaje. Cuando llamé a Beatriz para
pedirle que grabase este año de nuevo, me contestó: “ya me estaba extrañando
que no me llamaras”. No había mucho tiempo, puesto que no lo había planificado
como es mi costumbre, era un “aquí te pillo, aquí te mato”. Revisé los listados
de clase, y me hice una lista previa de aspirantes a Pulevitas, entre 3º y 4º
de primaria, por un motivo claro: por primera vez se establecían categorías, y
me daba la impresión que tendría menos competencia de otros colegios en estas
edades tempranas. Yo sabía de la existencia de un buen número de niñas entre 8
y 10 años que tenían un enorme potencial como artistas, las había seguido desde
infantil y primer ciclo de primaria, antes de ser alumnas mías, y eran de esas
que tienen tablas de sobra en un escenario, que se movían como peces en el agua
moviéndose al ritmo de una buena música. Las cité en el gimnasio, después de
descartar y sustituir a una que, gustándome mucho, sufría una lesión que
limitaba su movimiento. Y ¡manos a la obra! Le dimos forma a la coreografía en
menos que pía un pollo, y aunque estaba cogida con alfileres, en el vídeo se
disimularía perfectamente.
Dos días después vino Beatriz a
grabar, algo muy sencillito, le dije yo, porque necesitaba ella un par de días
para montar el vídeo, acoplar el audio y colgarlo a tiempo para no quedarnos
atrás en las votaciones. La grabación la hicimos en una mañana de colegio, y en
el gimnasio, a puerta cerrada. Nada de buscar exteriores, puestas de sol,
monumentos, o vestuarios complicados. En el colegio, y con el uniforme de educación
física. La idea que le propuse a Beatriz fue “adornar” el vídeo con algún
efecto especial, y a ella se le ocurrió poner color virtual a las camisetas
blancas, distinto para cada niña, en unos primeros planos. Quedó original y
simpático, aunque para simpáticas, las caras de las niñas, que no solo son
bailonas y estilosas, sino preciosas las diez que formaron el grupo.
Desde el primer día de la
competición fui pidiendo en cada hora de clase a mis alumnos que votaran y
dieran publicidad al grupo entre sus familiares, vecinos y amistades,
convenciéndoles que la pizarra digital que podíamos ganar era un material muy
conveniente para el colegio, en fin, sacando todas mis artes de seducción para
conseguir involucrarlos en el proyecto. Y aunque los comienzos no fueron muy
halagüeños en cuanto a número de reproducciones, fuimos escalando puestos
poquito a poco, cada día subiendo con cuentagotas, sin desaliento… hasta
terminar la competición en tercera posición. Fantástico: los cuatro primeros
colegios pasaban a la final, obtenían como premio el susodicho material
didáctico para el centro, y eran invitados por Puleva a entrar en Parque
Warner, en Madrid, hasta donde les llevaría un autobús pagado por la
organización del concurso.
El primer objetivo estaba
conseguido. Para mí era una ventaja que mis niñas actuaran en directo, sobre un
escenario, porque allí sí que estarían en su salsa, y muy difícilmente ningún
otro grupo bailaría mejor que ellas. Pero había que recomponer la coreografía,
porque el directo no permite trucos de cámara. A mí me gusta ocupar todo el
espacio disponible, mucho dinamismo en los cambios de posición, limpieza en los
movimientos, una gran expresión corporal, un ritmo impecable y una perfecta
sincronización. Eran los últimos días de curso, con mucho estrés para mí por
ultimar las calificaciones, con la función que siempre organizo en el salón de
actos, y casi no tuvimos ocasión para ensayar. Yo lo tenía todo perfectamente
encajado y claro en mi cabeza y anotado en mi cuaderno de trabajo, pero había
que transmitírselo a las niñas, con su correspondiente inyección de entusiasmo
y simpatía, para que ellas lo disfrutasen aunque les costara repetirlo una y
otra vez hasta pulirlo a la perfección.
Pero ellas lo hicieron fácil y
posible. En el último ensayo, el día anterior a la final, terminé haciendo un
corro con todas, cogidas de las manos, y para reforzarlas psicológicamente, grité:
-¿Quiénes son las mejores…?
-¡Nosotras!
-¿Quiénes van a ganar mañana?
-¡Nosotras!
-¿Quiénes lo van a pasar genial en la Warner?
-¡Nosotras!
Y nos dimos un abrazo en piña,
ante la mirada complaciente de una abuelita que esperaba a terminar el ensayo
para llevarse a su nieta.
El “gran día” empezó para mí a
las 4:30 h., porque a las 5:30 h. nos esperaba el autobús en la puerta del
colegio, para comenzar la aventura. Tuvimos una Cenicienta, cuya madre tuvo que
ir a buscar a casa las zapatillas de deporte que se había olvidado; una Bella
Durmiente, a la que despertó mi llamada al móvil de su madre, que llegó media
hora tarde con la disculpa de que no había sonado el despertador; y no siete,
sino algunas más, enanitas del bosque con las pilas cargadas desde esa temprana
hora, que ni las calles estaban puestas todavía. En las cinco horas de viaje,
la adrenalina no se apeó de sus cuerpecitos serranos ni para ir al baño.
Sobre las 11:00 h. llegamos a
nuestro destino, nos recibieron y condujeron al salón Hollywood, en el que tuvo
lugar la gala, después de pasar por un baño para cambiarnos de ropa apresuradamente.
Ya ubicadas en los asientos de primera fila que teníamos adjudicados, las fui
peinando una a una, con dos churritos de pelo recogidos atrás en un coletero.
Eran las segundas en actuar, por eso estábamos en primera fila.
Ya preparadas para subir al
escenario, les recordé que se concentraran en la coreografía y que sonrieran,
que se notara que lo estaban disfrutando. Y subieron. Y bailaron, y hay que ver
cómo se movieron, con gracia, con estilo, con profesionalidad, con absoluta
seguridad. Y embobaron al público, arrancando de él un largo aplauso y muchos
piropos. Los presentadores, Rafa y Marbelys, las hicieron repetir algunos de
los movimientos que les habían llamado más la atención, y se enrollaron un poco
con ellas antes de continuar con el evento.
Las dos horas que transcurrieron
durante la actuación de los quince equipos finalistas, y el resto del
espectáculo, se nos pasaron rápido. Pero el tiempo se detuvo en el momento de
comunicar los ganadores. La expectación se convirtió en clamor cuando se oyó: “y
las campeonas en la categoría infantil
son… (silencio eterno)… ¡las Pulevitas de las Pepas!"
Mis niñas saltaron de sus
butacas, lo mismo que Santi, Beatriz y yo. Fue una emoción indescriptible
verlas subir de nuevo al escenario para recibir el premio y los aplausos. Rafa
les acercó el micro a las niñas, y ellas
me nombraron, por lo que tuve que subir también para hacerme la foto con el
equipo campeón. Emotivo, emocionante, indescriptible, inolvidable. Era mucho
más de lo que yo hubiera soñado, pero estaba plenamente feliz por mis niñas,
por mi cole, por Beatriz, por Santi que lo estaba viviendo todo a la par que
nosotras, por mí misma.
Cuando terminó la gala, fuimos
primero a comer a uno de los restaurantes del parque, luego a desfogar nuestras
sensaciones en las atracciones, y más tarde al autobús, tras el cierre de las
instalaciones y las fotos de familia en la entrada principal. Ni en el autobús
se durmieron las niñas. Alguna vomitó, pero el resto del viaje transcurrió sin
incidencias.
Cuando llegué a mi casa, a las
2:30 h., llevaba en pie 22 horas de vida intensa sin bajar la guardia ni un
solo momento. Exhausta, pero contenta. Agotada, pero satisfecha. Con una
molesta conjuntivitis, yo diría que nerviosa, o tal vez de la falta de sueño, pero
agradecida a la vida por donarme esta porción de felicidad compartida.
Y esta ha sido la crónica de una
gala de verano.
Así lo he vivido, y así lo he contado.
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