Rodeada de gente.
Sola.
Absorta, ante un mar impasible, que repite incansable sus ciclos, ajeno a las cuitas mundanas.
Infinitas olas muriendo a mi vera, resignadas a un destino innegociable.
Soy un poco de cada una de las personas que observo a mi alrededor, reconozco en ellas mi propio reflejo desdibujado.
Esa niña que se adentra en el mar con cautela y retrocede en cada avance sigiloso de la marea.
Esa joven que pasea su frescura por la orilla, a sabiendas de esos ojos que, anclados en su cintura, la desean.
Esa mujer vulnerable de mirada perdida, piel apergaminada y huesos desgastados, que suspira con la nostalgia que destilan los jirones del alma.
Soy todas ellas o quizás ninguna.
Tal vez solo permanece el espejismo de los recuerdos, la sombra de lo que fui, el naufragio de los sueños que nunca alcancé.
Vivir al día, cada momento, es lo que cuenta.
Aferrarse al presente, porque el pasado no existe ya y el futuro puede no llegar a tiempo.
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