Bullying
Que no me levanto, mamá. ¡Que no
quiero ir al colegio!
Que cuando llego ya me están
esperando en la puerta, acorralándome con mil cuestiones. Luego me persiguen
por los pasillos, me increpan en el recreo, y me amenazan con no dejarme salir
este fin de semana si no contesto a sus cansinas preguntas.
Que no voy, ¿para qué…?, si no me
dejan jugar ni hablar con mis amigos, con los otros compañeros, ni mirarles
siquiera puedo. Ellos acaparan todas mis horas y toda mi atención. Y yo no sé
cómo quitármelos de encima. Quiero que me dejen en paz ya, ¡les tengo pánico!
Que no, que no voy hasta que me
prometas que vas a ayudarme. Ellos caen bien en Dirección y en Jefatura de
Estudios, van de guays, y yo soy una exagerada –me dicen. Que no es para tanto.
Pero yo me pongo muy nerviosa
solo con pensar en ellos, en el nudo que me aprieta la garganta cuando recuerdo
las preguntas tan raras que me hacen. Yo no les comprendo y, cuando consigo
contestar alguna, me escupen la siguiente.
Tengo pesadillas todas las noches
y me despierto sobresaltada. Sueño con las contestaciones que voy a darles por
la mañana, cuando me rodeen amenazantes, pero empiezan a bailar las palabras en
mi cabeza y soy incapaz de articular una respuesta coherente. Me mareo, el
corazón se me acelera, me brota el sudor en la frente, y solo se me ocurre una
solución inmediata que ponga fin a mi sufrimiento: huir, escapar, correr todo
lo deprisa que me permitan mis piernas.
Pero ellos me persiguen implacables
y me atrapan de nuevo, martirizándome con ese lenguaje ininteligible que me
llena el cerebro de pájaros revoloteando.
Que no me levanto, mamá. ¡Que no
quiero ir al colegio!
Firmado:
Una maestra que ha perdido la
vocación por culpa de unos malditos estándares evaluables –de aprendizaje y
actitudinales- Unos auténticos vampiros psicológicos que te chupan tu tiempo y
tu alegría por enseñar, de manera inmisericorde.
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