Ya casi no me acuerdo pero, hace
tiempo, el Congreso de los Diputados era como un manual de buenas maneras; los
parlamentarios podían ser hirientes, incisivos e inmisericordes con sus
adversarios políticos, pero sus palabras y sus modales denotaban su clase y su
buena educación.
Actualmente ese ejemplo se ha ido
al pairo, y estos señores nos castigan, día sí, día también, con el denigrante
y patético espectáculo al que asistimos atónitos, indigno para tener como
protagonistas a los representantes electos de los ciudadanos.
Rufián, que según la RAE en una
de sus acepciones en el diccionario significa: “hombre vil, sin honor,
perverso, despreciable”, haciendo honor a su apellido, ha dinamitado todas las
reglas de un diputado respetable y se ha tirado al barro del insulto directo o
enmascarado, de la desacreditación gratuita y de los razonamientos
maquiavélicos. Tanto ha enrarecido el ambiente político que algunos de sus
compañeros de sala necesitan escupir para expulsar las toxinas que flotan en el
aire.
Miedo me da pensar a dónde nos
llevará este barco a la deriva, cargado hasta las trancas de rufianes, bellacos
y malandrines.
Publicado en "Cartas a la Directora" del diario HOY el martes 27 de noviembre de 2018, bajo el título "Rufián y la deriva del Congreso", que me han cambiado sin consultar siquiera. Bueno está.
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