Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

martes, 27 de diciembre de 2011

Espejito, espejito


              
                                                Espejito, espejito.

     Soy, como la mayoría, una mujer coqueta y presumida. Pero el tiempo se empeña en echarme un pulso desde hace años, y desentierra el hacha de guerra desde las primeras luces del alba.


     El otro día, después de charlar en la calle con una conocida a la que no veía hace bastante, me asaltó el arrebato de sacar un espejito del bolso para establecer comparaciones, que siempre son odiosas, y corroborar finalmente que el calendario había sido devastador en mi rostro, pero había pasado de largo para el de mi paisana. O no. 


     En realidad, cada vez con más frecuencia descubro las facciones de la duquesa de Alba en las mujeres de mi entorno: pómulos prominentes, labios carnosos, ausencia de arrugas de expresión en la frente, cierta parsimonia al vocalizar… 


     He llegado a la conclusión que todas ellas usan la misma marca de cosmética milagrosa, y voy a tener que pedirles consejo, porque tengo en mis labios un código de barras que un día de estos va a hacer saltar la alarma de Carrefour… 


     En mis años mozos fui una engreída injustificable, hasta que mi marido, aspirante por aquel entonces, me bajó los aires de grandeza con unas cuantas lecciones de humildad exprés, que sinceramente tengo que agradecerle. De no haber sido así, mi autoestima burbujearía ahora como el champán, centrifugada en la espiral de los retoques estéticos, que afectan irremediablemente al bolsillo, pero dejan más perjudicadas aún las neuronas.



                                 No somos nadie.

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