Hoy me ha invadido una ola de
nostalgia que me ha llevado a evocar los años de mi infancia y mi juventud en
mi querido pueblo. No importa cuánto tiempo hace que dejé de vivir en él, mi
memoria sucumbe siempre al recuerdo de tantos y tantos momentos ingenuamente
felices. Por aquel entonces todo era más simple y, a la vez, más mágico.
Cómo olvidar la escuela de Doña
Antonia Molina, en la calle Mártires, o la inauguración del Colegio Nuestra
Señora de Gracia, en la carretera.
Jugar con las vecinas saltando al
ritmo de “El cochecito Leré” con la comba, al “pinche” o a la “role”, en la
calle La Morera.
Comer uvas del parrón que cubría
mi patio o las merendillas de pan con chocolate (o de pan, aceite y azúcar)
sentada en el umbral de la puerta de casa.
Las excursiones al Risco en
pandilla y las caminatas hasta “La Garandina” para bañarnos en la alberca.
Las romerías de S. Isidro en “El
Chaparral”, cantando subida a una maravillosa carroza, hecha primorosamente con
papel de seda y engrudo, cada 15 de mayo.
Las misas cantadas desde el coro
de nuestra preciosa iglesia, bajo la dirección de Paco Suárez.
Las películas en el cine de
verano, sentados en aquellos sencillos bancos corridos de madera, bajo un cielo
atravesado por estrellas fugaces vigiladas por la luna.
Las patatas bravas del bar de
Fito.
Los exquisitos helados de limón
de Elisa Torres, que iban recorriendo las calles en el carromato conducido por Manolo y mi madre compraba para mitigar el calor del estío.
Bombardean mi memoria estampas de
la feria, con sus cacharritos poco sofisticados, como la ola o los coches
chocantes, ocupando las plazas; los puestos de golosinas; el Casino, a rebosar;
la calle “El Medio” atiborrada de gente; la verbena a ritmo de pasodobles,
rumbitas y la canción del verano que correspondiese; el vestido hecho por la
modista de confianza para la ocasión; el puesto de churros con chocolate para
terminar la noche…
Al mirar atrás (y ya hay mucho
camino andado) me doy cuenta cuánto significaron esos años para mí y para todos
los que compartieron conmigo esos gloriosos calendarios en las calles de
nuestro pueblo. Fueron tiempos de inocencia y descubrimiento que están grabados
a fuego en mi corazón, que dibujan, inexorablemente, una sonrisa en mi boca y
aportan calidez a mi alma.
Felices
fiestas a todos mis paisanos. ¡Viva Santa Marta!