Desde mi ventana observo cómo languidece la calle, lluviosa y gris, vestida de otoño y salpicada de toses.
Estoy sentada frente a mi ordenador, en una habitación forrada muy ocasionalmente de silencio, sobre un escritorio en el que también reposan plácidamente montañas de páginas que susurran versos de amor, entonan disertaciones pretendidamente grandilocuentes, o musitan al oído secretos inconfesables de familia.
Saboreo mi momento. No espero a nadie, y cualquier quehacer tendrá que esperar el turno, porque mis pensamientos han llamado a la puerta de mi conciencia para ser atendidos. Les debo una cita. El ruido ensordecedor de la prisa, con la que voy tropezando a cada paso que doy, me impide prestarles una escucha serena y reposada.
Este es el minuto de gloria de mis atormentados y caóticos pensamientos.
CARPE DIEM
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