Cuando me incorporo a trabajar, después de un tiempo en "mi refugio", me invade la nostalgia. Aunque solo hayan sido unos días, todo mi ser tiende a revivir cada sensación placentera experimentada, con la ilusión puesta en la próxima visita. Los olores, la paz, el color, la luz, la caricia de la brisa, las buenas vibraciones, la inspiración espontánea, el sonido del silencio, las comidas reposadas, el ritmo de las olas, los sueños posibles, los abrazos largos, las lecturas serenas, las madrugadas compartidas con un cielo estrellado...
El poema siguiente lo escribí tiempo ha, al término del verano. Pero sigue vigente estación tras estación. Cada final de mi estancia allí escribiría lo mismo, porque lo mismo siento.
Pienso firmemente que allí está mi particular cementerio de los elefantes, y es allí donde quiero acabar mis días.
El balcón de mi nostalgia
No podía volver a mi mundo reseco sin despedirme.
El sol se ha vestido de nubes grises y tu furia vomita espuma blanca,
mientras tus lágrimas me salpican en la cara.
No reprimes tus deseos, y me reprochas, ola tras ola,
que te abandone, como cada año.
Me gritas que añorarás mis visitas diarias,
mis reflexiones del alma mirándote a los ojos,
mi fascinación por tus curvas,
y la suavidad de mi piel cuando penetro en tus entrañas
y te acaricio con ternura.
Hoy todo destila perfume a espejo retrovisor,
a hoja arrancada del calendario,
a paisaje errante en la ventana de mi viaje.
Pasarán muchas lunas hasta el nuevo romance.
Ahora sólo podemos abrazar el adiós con sabor a sal,
el adiós a las horas sencillas,
el adiós a los suspiros espontáneos,
el adiós a las palabras leídas,
el adiós a los silencios compartidos.
Te guardaré la ausencia de color verde esperanza.
Evocaré tu alegría azul en la oscuridad de mis noches.
Construiré castillos de arena con tu húmedo recuerdo.
Sentiré el soplo de la brisa en la sonrisa de cada niño.
Y te esconderé en mi corazón como un amor secreto y eterno,
como cada año.
Me estremeceré con un beso de nostalgia,
desde mi balcón…
Muac.
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