Retratos en sepia.
En esta época estival, en la que los horarios de colegio duermen el sueño de los justos, los padres intentan aliviar la carga doméstica buscando alternativas lúdico-deportivas para sus hijos, a fin de facilitar la tan preocupante conciliación familiar.
En la década de los 70, en la que yo era todavía una niña, la problemática no era la misma y las opciones para rentabilizar los largos veranos, sobre todo en la tranquila vida de los pueblos, muy diferentes.
Mi madre me mandaba bien pequeña al taller de Genoveva, en la calle La Morera, para que fuera aprendiendo a coger la aguja y el gustillo por las labores de costura. En aquel patio y sentadas en sillas bajas con asiento de bayón, coincidíamos un nutrido grupo de muchachas de distintas edades. Allí íbamos completando el pañito que dejaba constancia de nuestros progresos, mientras se deslizaba la tarde entre inocentes chascarrillos de unas y otras.
Algunos veranos más tarde tocaba apuntarse a las lecciones de bordado a máquina con Antonia Balsera, una fructífera actividad con un claro objetivo: empezar con mucha antelación a confeccionar las sábanas y mantelerías que formarían parte del ajuar que toda jovencita debía llevar cuando llegase el momento de su matrimonio. Aun guardo con nostalgia de aquella época el paño con todas las técnicas de bordado que, con santa paciencia y un trato amable, nos tutorizaba Antonia en los altos de su casa de la calle Almendral, donde el traqueteo de las SIGMA movidas a pedal era la banda sonora original de la canícula de julio y agosto.
Me asaltan la memoria, mientras mi boca perfila una sonrisa, los guateques que hacía mi pandilla en la cochera de Manolo Aboma, en la calle Badajoz. Procurábamos que el volumen del tocadiscos no estuviese muy alto, para evitar que los municipales oyeran la música, nos descubrieran y deshicieran la reunión. Eran otros tiempos…
No teníamos Youtube ni redes sociales, pero nos sentábamos en la calle El Medio, en la puerta del Bar España, para charlar y escuchar, de fondo, el tema que nos gustaba de su máquina de discos. Echabas una moneda, seleccionabas la canción que querías que sonara y ¡a disfrutar! Había para todos los gustos: de Miguel Bosé a Triana, de Los Pecos a Camarón, de los Jackson Five a Lole y Manuel, de Barry White a Rocío Jurado…
No seré yo quien afirme que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero sí que los de mi generación tuvimos la suerte de gozar de experiencias tan sencillas como felices, gloriosas en ocasiones e, indiscutiblemente, inolvidables. Aunque algunas se desdibujen en nuestra frágil memoria como un retrato en sepia.
Maribel Núñez Arcos.
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