Pasar por San Sebastián fue un regalo. Tengo muy presente el recuerdo de los días que pasamos allí, no hace mucho, con nuestros amigos Nati y Rafa.
Dio la casualidad que mi cuñada Paci y su marido, Alonso, también estaban pasando unos días de vacaciones cerca de nosotros, junto a una pareja de amigos suyos. Quedamos en vernos en Hondarribia, y allí fuimos. Pero dimos un viraje a nuestros planes y nos plantamos en Donosti para comer.
Mane tiene dos hermanas: una morena, Conchi; y una rubia, Paci. Bueno, y un hermano, David, que es el benjamín de la familia.
Con las circunstancias de la pandemia nos hemos visto muy poco desde el año pasado. Incluso tuvimos que anular un crucero que teníamos planificado los ocho juntos, después del éxito del último viaje a París. Así que, vernos un ratito, aunque sea tan lejos de casa, ha sido una alegría grandísima.
Suficiente para echarnos unas risas entre pinchos fríos y calientes, cervezas y buen vino, en un entorno tan mágico como esas callejuelas donostiarras.
Rematamos con un café en los veladores de una terraza del boulevard Zumardia, en pleno centro.
A la vuelta hasta Etxalar, donde pudimos relajarnos de tantas emociones en el jacuzzi, no se nos borró la sonrisa de la cara en todo el camino.
Ya se está terminando esta escapada por el norte, snifff...
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