El sábado agota sus últimos minutos, y ya febrero dibuja con trazo firme los brillantes colores de una incipiente primavera. Se oyen ecos de tambores en la lejanía, pregonando a los cuatro vientos la proximidad del carnaval, que ya está escribiendo un nuevo capítulo de su historia en las tablas del López de Ayala.
La rutina gira en torno a mí como un satélite, controlando mis mareas, y otro satélite concéntrico, de órbita mucho más alejada, el de la desesperanza, traza su amplio recorrido dejando una estela que se irá difuminando a medida que pasen los días, los meses, o tal vez los años.
Es hora de ponerse la máscara. O tal vez de quitársela.
La vida es un Carnaval...
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