Tuve un percance hace unos días con mi coche. Salía del aparcamiento en Juan Sebastián Elcano, marcha atrás, y choqué contra otro vehículo estacionado en doble fila. A decir verdad, no lo vi, me deslumbró el sol a esa hora de la tarde, y el color dorado metalizado del vehículo siniestrado tampoco fue de ayuda, sino todo lo contrario.
Yo sufrí el daño mayor, que tendré que arreglar de mi bolsillo, y por si fuera poco, tuve que soportar los insultos y los gritos del otro conductor, que por edad bien podría ser mi hijo.
Paso por aquel punto todos los días, y siempre, sin excepción, el coche está en doble fila, por la mañana y por la tarde, en el mismo sitio, justo delante de una frutería en la que supuestamente trabaja su conductor.
Lástima que la policía no se haya percatado, porque si lo multaran, se le quitarían las ganas de persistir en su mala costumbre de aparcar en doble fila, por sistema, hasta que el sufridor de turno le toca el claxon para poder salir de su encierro, y él accede a esa plaza por la puerta grande y sin despeinarse el flequillo, el muy espabilado.
Te voy a poner dos velas negras, por listo.
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