Decía Marx, y no fue el primero, que “la religión es el opio del pueblo”.
Hoy en día, el opio del pueblo, analgésico, sedante y anestésico, puede corresponderse con la televisión, especialmente con alguna cadena de gran audiencia y rima contundente.
Esa que embrutece a miles de personas cada tarde, durante esas horas vacías, preñadas de melancólica somnolencia y estériles de ideas, que de manera subliminal incitan a creer en princesas del pueblo y en caballeros andantes, cuyo mayor mérito reside en contar aventuras y desventuras, propias o ajenas, en tertulias que abortan cualquier atisbo de crecimiento intelectual del televidente, aletargado, alucinado, anestesiado por un opio de 625 líneas infumables de felicidad ilusoria.
Un desafortunado escaparate donde se exhiben las más deleznables miserias humanas, el peor espejo de valores en el que puedan mirarse los más jóvenes y el manual de buenos modales más deplorable nunca visto. Las tijeras de la censura son reliquias del oscuro pasado, pero unas gafas 3D podrían servirnos para poner de relieve solo programas de calidad, que haberlos, haylos, y mandar a la papelera de reciclaje la telebasura invasora.
La llaman la caja tonta…
CLIC.
Publicado el miércoles 5 de octubre de 2011 en
ResponderEliminarla sección "Cartas al Director" del periódico HOY, con el título "El opio del pueblo".