Este fin de semana hemos tenido un hermoso acontecimiento en el cielo: la lluvia de estrellas Dracónidas, llamadas así porque su trayectoria parte de la constelación del Dragón. Se trata de rastros de polvo de un cometa con un curioso nombre: 21P/ Giacobini-Zinner.
http://www.rtve.es/noticias/20111007/draconidas-tormenta-del-cometa/464778.shtml
A decir verdad, no observé el firmamento el sábado por la noche. Tendría que haberme alejado de la ciudad, en campo abierto, para que la iluminación de las calles no interfiriera, y aún así la luna también podría restar visibilidad. Me lo perdí, y me hubiera venido bien "perderme" yo solita con esta buena excusa, porque el sábado tuve unas irrefrenables ganas de llorar, a pierna suelta, hasta deshidratarme, con fines terapéuticos.
Supongo que no soy la única que padece esta rareza de querer llorar sin un motivo aparente. Probablemente tenía tarea atrasada, porque no soy de lágrima fácil, y llega una a un punto en el que, o desaguas o te ahogas.
En fin, al final atravesé mi desierto de arena sin una triste cantimplora, y pude contarlo (lo estoy haciendo, ¿no?)
Hoy he pasado el día aferrada a mi fiel pareja de baile doméstico: el palo, unos ratos el de la escoba y otros el de la fregona. Con los 40 principales como banda sonora, canturreando todos y cada uno de los temas sin complejos, con el consiguiente reproche, ¿cariñoso?, del resto de los miembros de mi familia, a los que no parece convencerles mi concierto en vivo y en directo.
¡Qué vida más perra...!
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