Ella llegó a nuestras vidas, no recuerdo exactamente en qué momento de aquel bachillerato que duraba seis años y que desapareció conmigo y mis compañeras de promoción en 1.977.
Hasta ese curso, la gimnasia (por aquellos tiempos no se llamaba Educación Física) era una de las asignaturas “María”, no suponía gran dificultad para nadie, porque no se esperaban de nadie grandes logros. A las que tenían pocas o nulas aptitudes físicas, se les pasaba la mano con algunas preguntas teóricas, o sencillamente se exigía al o la responsable de evaluar que aprobase a la inepta para no estropear sus buenas notas en el resto de las materias. Como si tuviese que ver una cosa con la otra: se puede ser un genio en Matemáticas o brillante en Literatura y no ser capaz de coordinar una voltereta adelante, hacer diez abdominales, correr durante cinco minutos o botar un balón con la mano dominante. Pero con Paquita se rompieron los esquemas.
Nadie podía asistir a sus clases si no era de forma activa. El uniforme deportivo debía estar inmaculado al comienzo de la sesión. Recuerdo que nuestras zapatillas de loneta estaban acartonadas debido a las capas de Kanfort que llevaban encima, porque si no estaban blancas, blanquísimas al pasar lista, Paquita nos daba un pisotón y nos mandaba repasarlas hasta presentarnos con ellas relucientes.
Fue la primera profesora que nos hizo sudar la camiseta, que nos enseñó la técnica correcta para cada ejercicio, que nos acostumbró a pasar pruebas individuales para adjudicarnos una puntuación justa, que formó un equipo de competición con una férrea disciplina horaria de entrenamientos, y la primera que preparó grandes exhibiciones con ocasión de las fiestas de S. José, a la que asistían padres, abuelos y profesores, con tal arraigo esta tradición que dura hasta nuestros días. Yo la he continuado con auténtica devoción los 29 años que llevo impartiendo clases en mi querido colegio.
A Paquita le debo lo que soy. Fue ella la que me motivó a dedicarme a la Educación Física con su aliento y su entusiasmo contagioso cuando era alumna suya. Ella creía en lo que hacía y se hizo valer entre compañeros de profesión que consideraban la gimnasia y el deporte materias curriculares de segunda fila.
Hace unos años la invitamos a una de nuestras comidas anuales, y tuvo la deferencia de hacer mil kilómetros para acompañarnos y recordar viejos tiempos. La encontré tal y como la recordaba, a pesar de los años transcurridos.
Deseo de manera ferviente proyectar en mis alumnos la ilusión y la fuerza que Paquita me infundió a mí. No importa haber perdido de nuevo contacto con ella, su huella está grabada a fuego en las páginas del libro de mi vida, para siempre, junto a mi sincero agradecimiento.
Las fotos en las que estoy sobre la barra de equilibrios del gimnasio del colegio, en el que entrenaba el equipo, el mismo en el que se siguen impartiendo las clases de Secundaria y Bachiller en la actualidad, datan de marzo de 1.975, cuando yo contaba 14 años.
¡ HASTA PRONTO, AMIGOS!
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