Tengo la inmensa fortuna en verano de escuchar nítidamente mis pensamientos, esos que andan cabizbajos y mudos, acobardados en medio del barullo de la rutina invernal. Salen de su cautiverio con sigilo, calculando los peligros de las llamas de las hogueras de S. Juan y emigran con resignación, meses después, condenados al ostracismo, asustados por el estruendo de las ruedas de las mochilas infantiles en las tibias mañanas septembrinas. Por suerte, antes de su exilio, siempre dejan una ofrenda agradecida, en forma de versos, de reflexiones o de recuerdos.
ADORNANDO LOS SILENCIOS
Miro
sin ver cómo se agotan las horas,
empujadas por la espuma blanca
de unas indolentes olas.
Respiro
quedamente el aire limpio y azul
de una mañana brillante
vestida de sol, cubierta de tul.
Saboreo
los aromas de tus besos,
envueltos en mi recuerdo
entre lágrimas y versos.
Emborrono
un blanco papel,
telón de mis sentimientos,
de ciertos días amargos,
de muchos días de miel.
Buceo
por el abismo de mis secretos,
curando heridas abiertas,
adornando los silencios.
Deshojando margaritas,
lanzando dudas al viento,
regando con mis suspiros
la prórroga de mi tiempo,
purificando mi alma
de rencores harapientos,
borrando todo vestigio
de episodios turbulentos,
bronceando mis sentidos
de ilusiones, de deseos,
y matando bien los miedos
que me dicen que te pierdo.
Hazme el amor cuando vuelvas…
lentamente, con esmero.
AU REVOIR...
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