Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

lunes, 8 de agosto de 2011

Carta a Sancho Panza


     Don Mariano de las Rías Baixas pide que se adelanten las elecciones anticipadas, y por si se le echara el tiempo encima, y seguro de su triunfo electoral, ha empezado a repartir Ministerios entre sus súbditos a diestro y diestro (a siniestro no, es obvio). Borracho de poder desde las primeras luces del alba, parece el Caballero de la Triste Figura en busca de hazañas mil. Es por ello por lo que la genialidad de mi marido ha recurrido a una relación epistolar con el buen Sancho (Panza), reclamándole su ayuda en estos locos e imprevisibles acontecimientos.

     Vuelvo a recalcar la autoría de esta carta, no vaya a ser que nadie crea que me la atribuyo: el autor es Mane, mi marido, único, inigualable e incomparable de todo punto a ningún otro bicho viviente, doy fe de ello. 

     Dicho lo cual, y sin más preámbulos, procedo a presentaros el texto antes aludido.


                                           CARTA A SANCHO PANZA

Estimado Sancho:

     Pudiera ser questa carta resultárale a vuesa merced de suma extrañeza, mas lo cierto es queste reino y patria precisan sin demora de sus servicios, pues resulta que, a todas luces y si Dios non lo remedia, un nuevo caballero de triste figura, una vez fecho de su morrión celada,  amenaza con facer de las suyas por estas tierras de Dios, y ello sin que medie la figura de un sabio escudero que, como usía, aconseje y cuide dél, y por añadidura, nos proteja a todos nosotros de las ocurrencias de tamaña y aviesa mente.

     Frisa la edad deste hidalgo con los cincuenta y tantos años, complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Aqueste caballero llámase Rajoy, Mariano para más señas. Y aunque él es galego de los de las rias baixas, no menos ladrón que Camps ni menos maleante que estudiante o paje, anda fodido intentando comprender las finanzas de su grande enemigo Zapatero, que es hombre docto graduado en Sigüenza :
“La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra caradura”. Con estas y semejantes razones pierde el pobre hidalgo Mariano el juicio, y desvélase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello.

     Tuvo muchas veces competencia con maese Rato, el cura de su lugar, sobre cuál había sido mejor caballero, Aznarín de las Azores o Felipito del Aljarafe; mas maese Pepiño, barbero de las rías baixas, decía que ninguno llegaba al caballero Zapatero, y que si alguno se le podía comparar, era don Juan, hermano de Alfonsín de la Guerra, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga. ¡Yo sé quien soy! -respondió Don Mariano- , ¡y sé que puedo ser, no sólo cualesquiera de los que falamos, sino de todos ellos al tiempo, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno de por sí hicieron, se aventajarán las mías!.

     De aquesta manera, el malandrín Mariano enfrascóse tanto en su locura obsesiva, que  pasábansele las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio.  Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los periódicos y los telediarios, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, ofensas, requiebros, mociones de censura, vállase señor Zapatero y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.

     Rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse presidente andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los presidentes andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.  Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, entuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, abusos que mejorar, y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día (que era uno de los calurosos de este mes de Agosto), se armó de todas sus armas, subió sobre su jaca Soraya –sarracena minúscula e infame donde las haya-, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa del corral de la calle Génova, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Y puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Mas apenas se vio en la arena del campo de batalla, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa: y fue que le vino a la memoria que no era aun armado oficial ni caballero, y que, conforme a la ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero sin pasar antes por las urnas, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían.  Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero por su cuenta y riesgo, porque viendo tan cercanas las elecciones, pensó que “eso se me da que me den ocho reales en sencillos, que una pieza de a ocho”. 

     Desta manera, recién nombrado caballero presidente de manera inmoral y anticipada y esgrimiendo su lema “non acuitedes ni mostredes mal talante, que el mío non es de al que de serviros”, anda ya buscando caballeros para componer su particular mesa redonda, pues razonábase a él mismo que “si yo por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los presidentes andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quién enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi?”.

     Dióse y prestóse Mariano con ahínco a su camino, sin llevar otro que el que su jaca Soraya quería, creyendo que en aquesto consiste la fuerza de las aventuras, hablando consigo mismo, y diciendo: ¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere, no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, cómo y de qué manera fui nombrado presidente de caballería? ¡Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronce, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro.!   ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser cronista desta peregrina historia: ruégote que ansimesmo no te olvides de mi buena jaca Soraya, compañera eterna que lo es en todos mis caminos y carreras." 

     Con semejantes arreos y moralinas, cobróse Mariano a su parecer tanto ánimo, que si le acometieran todos los zapateros del mundo, no volviera el pie atrás:  “de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad, llegad, venid y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis el pago que lleváis de vuestra sandez y demasía”, increpaba con tanto brío y denuedo a la oposición cuando esta dél se burlaba, que infundía un terrible temor en cuantos  le acometían, que parábanse de su burla al son de estas razones, máxime al ver la estraña figura y la locura del que las decía...

     En una ocasión, el autonombrado presidente e hidalgo caballero don Mariano de las Rías Baixas increpó a la canalla que le debatía y con ademán arrogante dijo:  ¡todo el mundo por defenestrado se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo programa de gobierno más completo y fermoso que el de la noble empresa que acabo de acometer!. Señor caballero, ni nosotros ni nadie conoce susodicho programa de gobierno que decís; mostrádnoslo, que si aqueste fuere de tanta bondad como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida. Si os lo mostrara, replicó Don Mariano, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verlo lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia: que ahora vengáis uno a uno, como pide el protocolo del Congreso, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo. Señor caballero, -replicó un bellaco con rosa en puño cerrado-, suplico a vuestra merced en nombre de todos estos caballeros que aquí estamos, que, porque no carguemos nuestras conciencias, confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio del gobierno desta hacienda, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retazo dese programa, aunque sea tamaño como un grano de trigo, que por el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; Habéis de saber, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete, y que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban; y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza solo con aquestos que fielmente me sirvan y crean sin antes necesidad de ver.  Y no tengan a mucho, que cosas y casos acontecen a los tales caballeros, por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad podría dar aún más de lo que prometo... Aquesta manera es la forma en que procura Don Mariano comprar la voluntad de sus feligreses.

     Pinta mal todo cuanto relato, amigo Sancho, y es por ello que los feligreses desta sufrida hacienda patria, precisando remediar nuestra mucha necesidad, venimos a suplicar a vuesa merced los favores necesarios para, si no ya devolver a la cordura a tan siniestro caballero –empresa que se antoja ya imposible a todas luces conseguir-, al menos que desista de tamaña empresa que ni aún le compete y que, si Dios quiere, jamás competa.

     A Dios quedad, esperando no me desfallezca vuesa merced –que mil años viva- en este primero trance vuestro favor y amparo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario