Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Colaboración y pensamiento divergente.


                         COLABORACIÓN y PENSAMIENTO DIVERGENTE


      Tras el terremoto y el tsunami de Japón se vivieron situaciones extremas a las que las autoridades atendieron en la medida de sus posibilidades. Particularmente me sorprendieron las imágenes en las que una larga cola de damnificados esperaba su turno para telefonear a sus seres queridos desde terminales habilitadas a tal efecto, pero lo hacían con resignada paciencia y con una loable actitud cívica. Dudo que en otros lugares no tan lejanos la escena se hubiera vivido tan pacíficamente. Tiene que ver con una lógica cooperativa y no competitiva, que muy probablemente se ha practicado desde la edad escolar.

     Cuando una persona intenta priorizar su interés personal hace que el coste real de sus acciones incida en el resto de sus semejantes. Sería aconsejable esquivar un sistema educativo únicamente competitivo si queremos fomentar una sociedad cooperativa como la japonesa. El modelo competitivo en la escuela tiene más en cuenta los resultados que los valores. Los escolares aprenden los conceptos de normalidad y de éxito estableciendo comparaciones con sus compañeros de aula, y eso conduce a algunos de ellos a la frustración y a la inseguridad.

     Sería ideal fomentar desde la escuela los valores de colaboración, enseñar a los alumnos que, a largo plazo, colaborar es más beneficioso que competir. Para que la futura sociedad tenga esa lógica cooperativa es necesario que enseñemos a pensarlo a través del sistema educativo. La colaboración es una indiscutible fuente de crecimiento, y el mejor aprendizaje es el que se consigue en grupos.

     El sistema educativo vigente tiene que ser revisado en profundidad. Quizás lo que siempre ha sido práctico como método para enseñar ha dejado de ser idóneo para aprender en los tiempos que nos toca vivir. 

     Algo que me ha preocupado desde hace años ha sido el incremento progresivo de alumnos diagnosticados de hiperactividad y déficit de atención, más aún desde que uno de mis hijos entró a formar parte de ese colectivo etiquetado. Desde luego que no atendía en clase y se convertía en un incordio con su comportamiento disruptivo. Durante años le administré los fármacos que el neurólogo le prescribía, siempre con la sensación de prestar a mi hijo a la ciencia como una cobaya para experimentar nuevos tratamientos. Las pastillas contenían en su composición anfetaminas, entre otras sustancias, y había que aumentar su dosificación en épocas, como el final de curso, para rentabilizar los resultados académicos. Pero mi hijo, un polvorilla, alegre y dicharachero, estaba absolutamente drogado en esas épocas. Es cierto que conseguía aprobar, pero no era él. Entonces decidí, después de ocho años, no volver a suministrarle ninguna sustancia para su patología, y nunca más le volví a llevar al neurólogo. Puede que esté equivocada, pero mi instinto de madre me empujó a tomar esa drástica decisión. Asumí que mi hijo llevaría “su” ritmo académico, y en la actualidad está en el último curso de Bachillerato Artístico, con vistas a entrar en la Universidad una vez lo acabe.

     Creo que el síndrome de hiperactividad y déficit de atención (THDA) no es una epidemia, es una moda más en la Medicina, como lo fue la amigdalectomía en mi infancia, o poner a los recién nacidos boca abajo, boca arriba o de lado en la cuna, según el pediatra de turno.

     Puede que sea el momento de un pensamiento divergente para la escuela, rompiendo los moldes establecidos hasta ahora de pensamiento lógico tradicional, incorporando mayores dosis de intuición, asociación de ideas e imaginación. El pensamiento divergente incentiva el ingenio y la creatividad, que según algunos estudios, vamos perdiendo con el paso de los años.  Posibilita resolver creativamente  problemas que nos surgen a diario, lo que en la actualidad trabajamos en la escuela como “competencias básicas”. Enseña a razonar proponiendo, con optimismo y con entusiasmo, tornando las dificultades en oportunidades. Un inmenso reto que vale la pena intentar.

     Esta manera de pensar puede aplicarse en nuestro beneficio, con una aprendida actitud y un entrenado hábito mental. Se trata de encontrar alternativas a problemas aparentemente sin solución, algo que consigue mucho mejor un alumno de Infantil que uno de Secundaria… ¿por qué será?

     ¿Llegaremos a disfrutar esta utopía algún día no muy lejano? Depende de los teóricos de la Educación, de los altos cargos responsables de poner en marcha los cambios oportunos, y de los maestros que, en última instancia, somos los que llevamos a la práctica cada reforma.

     Y por un módico precio y no menos módico reconocimiento social.






3 comentarios:

  1. Magnífica reflexión Maribel.
    Quizá a todos los que nos dedicamos a la docencia nos vendría bien una reprogramación o ,mejor aún,una rebelión ante tanta anomalía con siglas impronunciables y recordar, que siempre hubo niños "movidos"(yo como ejemplo)y nadie se planteaba medicarnos ni diagnosticarnos.
    Un besazo y gracias por tan fantástica disertación.

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  2. Lo que dan de sí las horas muertas, ¿verdad?.Besosss...

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  3. Este artículo fue publicado el martes 23 de agosto de 2011 en el periódico HOY.

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