Nadie debería perder el tiempo. No tenemos tiempo para todo. La muerte es la que le da el valor, porque al final de nuestro tiempo nos espera, paciente, la muerte: lo liquida, lo extermina, lo clausura, nos lo roba.
El tiempo es una calle cortada, sin posibilidad de desandar el camino, de reiniciarlo. El tiempo es la herencia única de la que disponemos para ir dilapidando a lo largo de nuestra vida, hasta que la muerte nos obliga a rendirle cuentas, a firmar el finiquito.
El tiempo es la cuenta atrás hasta la muerte. Y la muerte es el final, el the end, el off. El agujero negro, la nada, el olvido.
Este es mi tiempo y quiero
rentabilizarlo, administrarlo, estirarlo,
mejorarlo. Llenarlo de caras amables,
de días de sol, de caricias, de regalos.
Alfombrar su camino de pétalos de rosa,
adornar sus orillas de antorchas perfumadas,
instalar altavoces con ecos de amistad,
enmarcar su horizonte con un arcoíris,
y regar su camino con agua de miel.
Que la muerte
me reciba con un dulce abrazo.
No os entristezcáis, solo os quiero invitar a la reflexión.
Besitos.
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