Me considero una plañidera en el funeral por los textos escritos a mano. Desde el descubrimiento de la imprenta por Gutenberg, pasando por las Olivetti, y terminando con la electrónica, escribir a mano ya es historia. Y con ello, se acabaron los estudios grafológicos que daban pistas sobre los estados del alma y del cuerpo, sobre la sinceridad o falsedad de las palabras escritas, sobre el carácter tenaz o indolente del escribiente.
Particularmente, siempre me ha gustado escribir a mano, y fui la primera sorprendida al cambiar mi rutina y subirme al tren de la informática. Al principio, todos mis escritos los plasmaba en papel para después pasarlos al ordenador, hasta que asumí que hacía un trabajo en balde, un esfuerzo inútil.
Siempre escuché decir lo bonita que es mi letra, pero muchos de mis conocidos actuales nunca tendrán la ocasión de analizarla grafológicamente.
Cosas del progreso...
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