Hemos perdido la capacidad de sorpresa, pero más terrible es aún el haber perdido la sensibilidad necesaria para sufrir con las desgracias ajenas, y el suficiente coraje para intentar evitarlas.
La empatía es un término borrado de nuestro diccionario y la indolencia resbala por el impermeable bajo el que nos escondemos, para protegernos de la lluvia de sentimientos que nos incomodan.
Todos los informativos exhiben sin pudor el dolor, físico y el del alma, que reina en el conflicto entre israelíes y palestinos, y describen los horrores de una guerra que miramos de perfil, como si no quisiéramos darnos por enterados que se está llevando a cabo en Gaza un nuevo genocidio de la sangrienta, desde sus albores, Historia Universal.
Las grandes potencias, tan interesadas y rápidas en sus intervenciones en otros litigios, han optado por la dejación, y las organizaciones internacionales de derechos humanos tampoco toman medidas contundentes.
No puedo sacar de mi cabeza las imágenes de niños, algunos bebés, llorando ensangrentados en manos de algún familiar, corriendo en busca de ayuda, rostros desfigurados por el dolor y la desesperación, y cuerpos inertes desperdigados entre los escombros de un lugar ¿llamado mundo…?
Desde miles de kilómetros, procuramos no hacer ruido, no sea que algún misil perdido dirija su rumbo hacia nosotros.
Publicado en "Cartas al Director" del diario HOY el domingo 27 de julio de 2014.
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