Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

martes, 31 de enero de 2012

La vida es una muerte que viene.

     Todo pasa, todo.

     Pasan los días, pasan las crisis, pasan los amores, pasa la tristeza, pasan las oportunidades, pasan las personas por nuestra vida, pasa la juventud, pasa la pasión, pasa la salud, pasa la fe…Cada una de estas cosas pasa de largo sin detenerse a considerar su huella, su marca, su cicatriz, su semilla. Sencillamente pasa. También nuestra vida es un pasar constante.

     Tengo miedo a la muerte, quiero decirlo en voz alta para romper el hechizo de su ofuscación, el pánico que me provoca, el terror de su certera ejecución, la insolencia de su misterio, el vértigo de su gélido aliento. Estoy rodeada de muerte amenazadora y ejecutora a mi alrededor, rozándome con alevosía, produciéndome ansiedad y desasosiego, arrebatando a personas que están en mi entorno cercano, riendo con sarcasmo de mi angustia, regocijándose con mi ansiedad, disfrutando de mi pavor, paseando su infinito poder por delante de mi puerta. La muerte hace omnipresente su existencia irremediable, corroborando su verdad universal como única e inevitable, contundente y cierta por imperativo de las leyes naturales. La muerte me intriga tanto como me aterra. Envidio a quienes la abrazan por acceder a la gran revelación, pero sufro el desconocimiento del gran secreto que tras la muerte se esconde.




     Papá, Leo y Enrique, Mari Carmen, Loli, José Luis, tía Ana, y ahora Chon… ¿Qué ha sido de vuestras almas? ¿Es verdad que hay vida detrás de la muerte? ¿O solo es un espejismo, un mecanismo de defensa de los pobres mortales para resignarse a un destino que conduce a la nada, a la oscuridad, al  vacío, al olvido, al ostracismo, a la putrefacción…?

     Vivir, vivir, vivir hasta el último aliento, como si dispusiéramos de una caprichosa prórroga, concedida por un árbitro maléfico y siniestro. Juguemos el partido rindiendo al máximo de nuestras posibilidades, con valentía, con descaro, con desfachatez.
     Y no pensemos más allá de lo estrictamente necesario, de lo explícitamente demostrable.

     Decía F. Mauriac que “la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente”.
     Nuestro Antonio Machado, nos donó esta sabia reflexión: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”.
     Y el argentino Borges: “La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”.

     Hay que hacerse a la idea.




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