A los que vivimos nuestra adolescencia en la España del “Cuéntame”, nos
educaron entre tabúes que aquella
sociedad nos inyectaba directamente en vena. Y el sexo era el tabú por excelencia,
el pecado más denigrante y más vejatorio, sobre todo para las féminas. Porque si un muchacho era un picaflor,
ése era un machote. Pero, ¡ay, de aquella moza algo ligera de cascos…!. Una
fresca y una desvergonzada. Lo peor que podía pasarle a una soltera era tener
fama de habérsela repasado unos y otros.
En mi
pueblo, Santa Marta de los Barros, las parejas iban a la era de Vito, ubicada en las afueras, en la carretera de Badajoz, para apaciguar la constante revolución de
hormonas y feromonas. Y, como en todo pueblo que se precie, al día siguiente la
noticia era de dominio público.
En el pueblo de mi marido, Montijo, el nido de amor
estaba tras los setos del parque, lugar poco recomendable cuando el cura,
linterna en mano, sorprendía a los tortolitos en acto de servicio.
En la
capital, los campos, ya estuviesen sembrados de lechugas o de melones, constituían
el refugio ideal para aparcar lo mismo
un 600 que un Simca 1000, en cuyo interior, y a pesar de la dificultad, se podían
desatar las pasiones reprimidas.
Esto ya es historia. En lo que a
Cupido se refiere, corren nuevos tiempos, afortunadamente. Hoy en día, con la
que está cayendo, nos ocupan asuntos más apremiantes. Paz y Amor.
Escrito publicado en el diario HOY y en El Periódico Extremadura, hace varios años ya.
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