Masticando la vida.
Ya había olvidado lo que se siente al
despertar y encontrarse con todo un día por delante para administrarlo en
beneficio propio, sin obligaciones para con nadie.
Así como la abeja vuela de flor en flor,
haciendo acopio de dulzura para sus mieles, voy yo paseando por los largos días
estivales, masticando la vida, disfrutando el regalo de la salud, dejándome
vivir.
Y cuando cae la noche, con el primer
lucero brillando en el enlutado manto celestial, testigo mudo de mi paz
colgando del universo, me invade un escalofrío sublime, que anuncia un sueño de
frescas delicias con fecha de caducidad.
Pronto llegará la gran culebra que dibuja
el camino de hierro, serpenteando por los albores del otoño, trazando grandes
eses. Y ese tren, que arrastra tras de sí vagones que son mares de sudor y
lágrimas de sangre, transporta viajeros previo pago de un billete que les ha
supuesto un purgatorio de privaciones. Unos han subido con el imparable tren en
marcha, y otros a empujones, como los mártires cristianos entraban en la arena
del circo, en un acto obligatorio de heroísmo y entrega.
Y sonrío, de miedo, pero sonrío, mientras
mis facciones se van apergaminando irremediablemente.
Ese heroísmo nuestro, diario, de echarse a
la calle, va a centuplicar su mérito este último trimestre. Perorar, expresarlo
con mil circunloquios y perífrasis, no cambiará este hecho.
Caminaré con la frente erguida, pero el
miedo, que es libre como un pájaro, pintará de humildad mi mirada y borrará de
mi expresión cualquier vestigio de vanidad.
Empiezo a tomar conciencia del destino que
me espera, agazapado para sorprender a su presa. Es cuestión de tiempo bucear
en sus lodos.
La
Antilla,23 de agosto de 2.012
No hay comentarios:
Publicar un comentario