Esta primavera ha traído en su
regazo una Semana Santa de luces apagadas y crespones de penitencia, de noches
dubitativas e insomnios tristes, de ausencias que se clavan como espinas, de anhelos
arracimados esperando turno en la fila de un calvario.
Son días de medir el tiempo en
suspiros y en silencios. Días en los que el subconsciente consigue tergiversar
afectos, días que nos recuerdan todo lo que queremos olvidar, días que nos
revelan lo insignificantes y miserables que podemos llegar a ser. Días que
zarandean nuestra onírica existencia a golpe de pandemia y soledad.
Borbotea la impotencia ante la
mirada inánime de la calle muda. No resuenan ecos de saetas ni redoblan los
tambores de la fe. La procesión va por dentro.
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