Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

viernes, 3 de abril de 2020

Maestros a la palestra


No son días fáciles, claro que no. Todos estamos desbordados: adultos, niños y ancianos, los sanitarios –por descontado- y los docentes también.
Me hice maestra por verdadera vocación. Me gustaba estar con niños, enseñarles, jugar con ellos, embelesarme con sus caritas de asombro cuando conseguía engancharles con algo que para ellos era un descubrimiento, conseguir sacar a flote sus talentos deportivos o literarios, escuchar sus risas, fundirme en sus abrazos. Abrazos de los que me está privando –nos está privando- un bicho indeseable, de nombre Coronavirus.
El bicho en cuestión se ha comido mi ilusión diaria de acudir al colegio, a mezclarme con el bullicio de los niños en las clases, en los pasillos y en el patio, y ha vomitado en mi propia casa un montón de herramientas tecnológicas que distan mucho de lo que yo entiendo que es ser maestra.


Ahora, sentada durante horas ante el ordenador, me dedico a “colgar” en la plataforma de comunicación las tareas diarias, previo consenso y elaboración con los compañeros de fatigas -bajo las directrices de la inspección educativa-, entre correos electrónicos, WhatsApp, enlaces y archivos adjuntos. Un enorme trabajo a la sombra, que pocos saben reconocer, sin apenas compensación emocional o afectiva, sin horario ni calendario en estos días inciertos. Pero, justificando de esta manera el sueldo que nos ganamos, aunque lo que hacemos por culpa de esta emergencia sanitaria nada tiene que ver con lo que nos ocupaba en las jornadas lectivas antes del estado de alarma.
Unos y otros nos hemos encadenado a las pantallas. Los maestros nos hemos convertido en diseñadores de actividades online, los padres en mensajeros digitales y los niños en víctimas de un vil enclaustramiento, que a más de uno dejará secuelas psicológicas de por vida. 


Que los alumnos nos echen de menos a los profesores puede ser el trampolín que les lleve a la curiosidad y a las ganas de aprender, teniéndonos a su lado, cuando todo esto sea historia.
Historia viva son ellos desde este mismo momento, que se han adaptado a un largo encierro domiciliario por un imperativo que ni siquiera acaban de entender, y que les convierte en auténticos héroes de esta situación insólita y surrealista, que afecta al mundo entero.
Habrá un antes y un después de esta infame pandemia. Puede que lleguemos a la conclusión de que la figura del maestro ya no es imprescindible, y nos convirtamos en una especie en peligro de extinción. O, por el contrario, se nos conceda un merecido rinconcito en el recuerdo y en el corazón de nuestros alumnos, y tengamos larga vida. 


Quién sabe hacia dónde nos conducirán los caminos de la educación de aquí en adelante…



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