Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Navidad, dulce Navidad


 
Diciembre ha entrado por la calle del jueves, repartiendo agua a diestro y siniestro. Viene con su lista de instrucciones para pasear por sus brillantes días, con sus luces de colores para esconder las penas más grises, con las risas más sonoras para acallar los llantos más amargos, con los brindis más optimistas para tapar las miserias más inconfesables, con las alegrías más obligadas para pisar las tristezas más descarnadas. Todo en este último mes del calendario es una carrera a favor de la hipocresía, el postureo y el fingimiento, con tal de evadirnos por unos días de la cruda realidad que se ha instalado en nuestra rutina y que amenaza con escalar posiciones a medida que pasen las fiestas. Ya se oyó el pistoletazo de salida en la competición por comer y beber más y mejor, comprar y regalar más y mejor, desfilar y ver desfilar a lo largo de una concurrida pasarela de vanidades toda clase de modelitos, cuanto más fashion mejor. El huracán de la Navidad nos zarandea a su antojo, sin que nadie escape a su furia en su espiral de influencia. Pero, lejos de esta vorágine se encuentra el verdadero sentido de toda esta parafernalia, que para algunos queda en un segundo plano, si no en un tercero o un cuarto, y es que hace mucho tiempo nació una esperanza hecha hombre para salvarnos de nosotros mismos: Jesús. Lástima que su mensaje de amor no cuelgue de todos y cada uno de esos preciosos arbolitos que decoran tantos rincones por doquier. 



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