Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

viernes, 5 de diciembre de 2014

La riada



A duras penas hemos hecho el cambio de ropa en los armarios, y ya la tenemos aquí. Con las reservas de comidas de empresa, los décimos de lotería que nunca tocan, las luces de colores en las calles, enmascarando las miserias, los Papá Noel trepando por los balcones, los turrones en las estanterías de los supermercados, las vallas publicitando las próximas rebajas y los juguetes, los whatsapp navideños,  los regalos de amigos invisibles y los villancicos como fondo musical en las zonas comerciales. 



Hay que adornar las casas para la ocasión, decorar las mesas para cada comida, llenar la despensa de víveres por encima de algunas posibilidades, vestir de fiesta para las reuniones, comer, beber, regalar, felicitar, sonreír, aparentar… Tenemos que dejarnos tocar por el “espíritu de la Navidad”, dejar que nos arrastre la corriente, si no deseamos que nos señalen y nos tachen de bichos raros. 




Soy rebelde (porque el mundo me ha hecho así, como cantaba Jeanette), y estas fechas me repatean. Tal vez porque todo viene impuesto por calendario, y no me gustan los corsés; tal vez porque el desencanto me cubre como una fina lluvia; tal vez porque tanta felicidad postiza acentúa más los desencuentros; tal vez porque sé que fuera de mi entorno se viven dramas insoportables e incomprensibles que yo procuro ignorar en defensa propia, y me odio por mi cobardía;  tal vez porque mi fe cayó en un agujero negro que no tiene salida. Ya llegó la riada.



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