El mundo en el que vivimos me resulta estrambótico, entendiendo como tal un mundo extravagante, irregular, carente del orden al que estábamos acostumbrados y que ahora tanto echamos de menos.
Tanta nostalgia por épocas pasadas ha traído a mi memoria un complemento que me evoca reminiscencias juveniles: los calentadores de piernas. Aquella gloriosa y añorada década de los 80 no puede entenderse sin la “Puesta a punto” de Eva Nasarre en TVE, embutida en su maillot de licra y con sus característicos y coloridos calentadores cubriendo sus pantorrillas.
Hay que reivindicar el renacimiento de tan preciada prenda, perdonar su castigo al ostracismo, recuperarla del fondo de los cajones, o tejerla con mimo en las largas tardes de otoño y toque de queda. Tantas puertas y ventanas abiertas de par en par en todos los lugares de trabajo y en los centros de educación hacen recomendable, cuando no indispensable, su uso, como las mascarillas, a la par que bufandas, abrigos y mantitas, ahora que el frío va haciéndose sitio sin miramientos.
Poner de moda los calentadores de piernas nos haría la jornada laboral o académica más llevadera, estoy convencida de ello, además de constituir una fuente inagotable de creatividad, originalidad, reto y atrevimiento en cada uno de sus diseños. Se verían de rayas verticales u horizontales, tobilleros o por encima de las rodillas, de punto bobo o punto liso, de ochos o con borlones, de un solo color o irisados, para ellos y para ellas, de lana o de crochet… Un amplio abanico de posibilidades.
Pero, no menos importante, pensar en ellos, diseñarlos, confeccionarlos, conjuntarlos con la ropa, nos evitaría bucear en las angustiosas noticias y estadísticas del día a día, que yo he esquivado deliberadamente desde que comencé a aporrear mi teclado.
Y, como no puedo abrazaros, suspiro. Un suspiro que colea en el aire, como un estrambote a mis evocaciones.
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