Ayer, domingo, justo el día de
María Auxiliadora, que los Salesianos no han podido celebrar por culpa del
coronavirus, yo cumplí 60 años. Soy de la fértil cosecha de 1960.
Nací en un pueblo eminentemente
agrícola de la comarca extremeña de Tierra de Barros: Santa Marta. La tercera
de cuatro hermanos, tuve la suerte de entrar a formar parte de una familia que
me recibió con alegría y me crio y educó con mimo y con acierto. Gracias a ello
me he convertido, con el paso de los años, en la mujer madura que actualmente
soy.
Ayer celebré mi cumpleaños en
casa, con mi familia, comiendo el menú que yo había cocinado y soplando las
velas en una tarta que yo misma elaboré para la ocasión. Di por zanjado el
tiempo de distanciamiento físico con mis hijos y, por primera vez en todo el
confinamiento, les besé y me dejé besar. Ya era hora.
No he notado un antes y un
después del día 24. Todo sigue en su sitio, para mal o para bien. Estoy
agradecida a la vida por cada día de prórroga que me concede la oportunidad de
recorrer un camino que, a veces está lleno de flores, a veces está plagado de
minas. Por dejarme disfrutar de los míos, de mi trabajo, de los amaneceres, del
sol y la luna, de la playa, de los amigos, de tantos y tantos pequeños y
grandes placeres al alcance de mi mano.
Sesenta años, sí, ¿y qué…?
Prepárate, mundo, que allá voy.
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