Celebrar un nuevo cumpleaños debería ser siempre motivo de alegría, aunque uno bucee en la sexta década de vida sin bombona de oxígeno, a pleno pulmón. Dicen por ahí que cumplir años es obligatorio, pero hacerse viejo es opcional.
Mane celebró hace unos días su sexagésimo segundo aniversario. Coincidió en jornada de diario, pero hubo tarta para la foto en una fecha tan especial. Nuestros hijos vinieron por la noche a felicitarle y tomarse unas cervezas con nosotros, hasta una hora prudencial que no supusiera incumplir el toque de queda. Pero la reunión más distendida la pospusimos para el fin de semana, a mediodía y al aire libre, por aquello de no invitar al bicho ni darle facilidades para entrar en familia.
Es cierto que soplar las velas implica asumir que somos menos jóvenes, pero todavía con capacidad para disfrutar los momentos felices; que la ropa es de talla mayor, pero que la sonrisa y la satisfacción nos favorecen; que el pelo ha cambiado de tonalidad y escasea, pero la cabeza sigue bien amueblada; que hay que bajar la intensidad de los esfuerzos físicos, pero el corazón sigue latiendo fuerte con el amor y las emociones.
Y aquí están unas cuantas imágenes para el álbum de los momentos de nuestra vida en familia.
Para mí sigues siendo el más alto, el más guapo, el más inteligente y el más divertido en cada comparación con cualquier otro. Y que siga siendo así por muchos años.
¡Felicidades, papi!
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