Cuando amanece la noche,
desperezándose
con el último bostezo de sol
en la hipnótica almohada del ocaso,
mi piel se convierte
en tu afinado instrumento,
de cuerda o de viento,
en el que solfeas caricias
en clave de amor.
La estela de mil estrellas fugaces
ilumina el estruendo sordo
de nuestra alcoba.
La madrugada navega
en un mar de pestañas,
surfeando sueños que se desvanecen
al compás de mis suspiros.
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