Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

domingo, 14 de junio de 2020

Seguir aprendiendo


Seguir aprendiendo.

Soy maestra de las de toda la vida, de las antiguas, mi edad me avala: tengo 60 años. Desde luego, mi historia durante el confinamiento en el terreno laboral no es, ni mucho menos, sensacionalista ni merece un titular llamativo. Ya no tengo hijos a los que atender, porque están independizados, por lo que la conciliación familiar no ha sido en mi caso un gran problema. Podría alguien pensar que todos estos meses sin ir al colegio están siendo como unas vacaciones para mí. Nada más lejos de la realidad.


Aunque mi primera diplomatura fue como profesora de EGB, allá por el año 1.980, ejerzo como especialista de Educación Física en Primaria, acreditación que obtuve a mis 40 años, sin dejar de trabajar, con tres hijos menores a mi cargo en casa, pero también a mi cargo como alumnos en el colegio. Desde hace unos años, mi horario se completa con Lengua, en 5º y en 6º. Mi jornada transcurre en un pequeño gimnasio y en el patio, así como en un pasillo tres pisos más arriba. Subo y bajo varias veces al cabo del día, circunstancia que a otros compañeros les resultaría un calvario, pero a mí me mantiene en forma a mi edad. 


De un día para otro, sin apenas haberlo sospechado, nos sentenciaron a todos a un encierro domiciliario que sobrellevamos con resignación los primeros días, pero nos sumió en una auténtica desesperación a medida que avanzaban las fechas en el calendario.
De correr, bailar, saltar y jugar con mis 250 alumnos, pasé a mandarles sesiones de Educación Física a través de nuestra plataforma educativa, intentando buscar actividades que se pudiesen hacer con materiales caseros (rollos de papel higiénico, botellas de agua, sillas, una alfombra, la cama…), o con mobiliario urbano cuando les autorizaron salir. En Lengua, de motivarlos a leer y escribir, cara a cara,  me conformé con verlos por videoconferencia de cuando en cuando, fundamentalmente para resolverles dudas de la materia, sin disfrutar de su cercanía ni sus ocurrencias en vivo y en directo.


Mis cinco horas de clase matutina se multiplicaron por dos muchos días, incluyendo sábados y domingos, entre programaciones que hay que mandar a la inspección con una semana de antelación, correcciones individualizadas de tareas de alumnos por correo electrónico, búsqueda de información y elaboración de fichas, tutoriales de manejo de programas, reuniones virtuales con la dirección y otros compañeros para llegar a acuerdos pedagógicos, poner las notas finales con lo que teníamos evaluado antes del estado de alarma, whatsapps a horas intempestivas con asuntos de última hora… En suma, dolor de trasero de la cantidad de horas sentada frente a la pantalla del ordenador; dolor de cabeza producido por la presión y la inseguridad en el manejo de las nuevas tecnologías; y dolor de corazón al no poder disfrutar del calor de los besos y abrazos de los alumnos, sus risas, su espontaneidad. Por no mencionar el sentirte acompañado y arropado por tus colegas, intercambiar impresiones, contarles tus historias, o simplemente resolver cada mañana en equipo el jeroglífico de la prensa diaria.


En septiembre llegaré a celebrar los 38 años ininterrumpidos como maestra en el mismo colegio donde estudié de niña. Ni en los peores sueños podría haber imaginado un escenario como el que nos ha tocado vivir. Con la incertidumbre añadida de qué va a pasar cuando comience el próximo curso. Cada día las noticias toman un rumbo distinto: clases presenciales, educación online, turnos de alumnos por días, todos los alumnos (pero debidamente separados y con mascarilla)… Me pregunto de dónde sacaremos espacios en los centros para cumplir el distanciamiento obligatorio, y de dónde van a salir los docentes para atender grupos más pequeños, si los planes son reducir las plantillas. Como dicen en mi pueblo: queremos guarros gordos que pesen poquito. O es que los que mandan no saben ni lo que quieren. Realmente, ni unos ni otros sabemos lo que nos espera si surge un rebrote en otoño, como muchos vaticinan.


Para poder enseñar hay que estar dispuesto siempre a seguir aprendiendo,  y vive Dios que yo he aprendido estos últimos meses muchas cosas nuevas. Me adapto a lo que haga falta pero, si he de ser sincera, no me gusta nada la que han dado en llamar la nueva normalidad.
Que me devuelvan la de antes.



Maribel Núñez Arcos. Maestra en el Colegio FEC Sagrada Familia de Badajoz.

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