Desde el comienzo de este deplorable
capítulo de nuestra historia leo, en muchos medios y redes, que esta pandemia
nos hará mejores. Aquellos aplausos, con el “Resistiré” como banda sonora
original de la anhelada victoria contra el maléfico virus; aquellos balcones,
convertidos en escenarios públicos y en rampa de lanzamiento a domicilio para
todo tipo de artistas; aquella emoción contenida, ante tanta ofuscación y tanta
incertidumbre; aquel agradecimiento contagioso, para todos y cada uno de
nuestros nuevos héroes… Todo en el ambiente olía a perfume de santidad: casi
podíamos intuir un aura alrededor de cada cabeza viviente, y las asustadas miradas
se tornaron misticismo en estado puro.
Pero la cabra siempre tira al
monte, y el ser humano olvida pronto el altruismo, la generosidad, la empatía,
la solidaridad, en cuanto empieza a sentirse algo más fuerte y seguro, dando al
traste con su romántica actitud en los albores de este cataclismo que, por otra
parte, no ha hecho más que empezar a repartir dificultades, sanitarias y
económicas, que van a durar más que un traje de pana.
He sido testigo de intolerantes discusiones
en grupos de whatsapps que han llevado a sus miembros a salirse del chat;
manifestaciones en redes sociales que han desencadenado encarnecidas críticas y
polémicos debates; familiares que han dejado de hablarse por abismales
diferencias en sus puntos de vista ideológicos y políticos. La competitividad
salta al cuadrilátero: PSOE versus PP, PODEMOS versus VOX, Cayetana versus
Iglesias, Abascal versus Sánchez, OMS versus Simón, Pérez de los Cobos versus
Marlasca, Delcy versus Ábalos, y un largo etcétera de combates cuerpo a cuerpo,
mientras un público enfervorecido jalea o abuchea según sus apuestas.
Hay que digerir la nueva
situación, enfrentar las pérdidas y afrontar nuevos retos, inmersos en una
conmoción generalizada, en un miedo paralizante, que ha desestabilizado nuestros
esquemas. Basta con hacer una lista de cosas sencillas que hemos tenido que
aparcar por culpa del confinamiento. Muchas de esas renuncias del día a día han
venido para quedarse a vivir entre nosotros, sin permitirnos derecho a réplica.
Cada cual debe hurgar en su
interior para dinamitar su ansiedad, pero nos llevará tiempo armar nuestro
nuevo mundo entre todos, y que merezca la pena habitarlo.
¿Mejores…? Lo dudo, solo hay
que repasar la historia, aunque sea de puntillas. ¿Fuimos mejores después de
pandemias anteriores? ¿Fuimos mejores después de masacrar con la bomba atómica?
¿Fuimos mejores después de la guerra civil del 36? Desde luego, más resilientes:
fuimos capaces de resurgir de nuestras cenizas y sobreponernos a experiencias
desoladoras. El futuro es impredecible, pero quiero imaginar que se nos han
bajado los humos en su justa medida, se han puesto de relieve las carencias de
esta sociedad engreída y se ha potenciado el espíritu de colectividad de una
gran mayoría.
Pongamos a cero el marcador de
besos y abrazos, el marcador de sonrisas, el marcador de miradas que lo dicen
todo. Ojalá eso nos haga un poquito más humanos, más humildes después de esta
ristra de desgracias.
¿Mejores…? Ojalá. El tiempo lo
dirá.
Publicado en la revista GRADA el sábado 27 de junio de 2020.
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