Es 20 de marzo y, aunque hoy está
lloviendo desde primeras horas de la mañana, la primavera está entrando
sigilosamente en nuestras vidas, como cada año, sin pedir permiso.
Cuando llegue y se instale
definitivamente le va a sorprender esta extraña quietud. Pero, aun así, irá
salpicando los campos de florecillas, como si tal cosa.
Alguien tendrá que decirle que no
habrá infelices a quien castigar con rinitis y estornudos alérgicos, porque
todos estaremos atrincherados en nuestras casas, a buen recaudo de pólenes,
gramíneas y bichos indeseables.
Seguro que no ha oído hablar
todavía del Covid-19, que nadie los ha presentado formalmente. Lo mismo que mi
jazminero que, ajeno a la situación que nos ocupa, ha eclosionado como es su
costumbre, inundando mi patio de ese particular perfume dulzón que embriaga
irremisiblemente al entrar en casa por la puerta de la cocina.
Es una pena que solo podamos
disfrutarlo nosotros, porque nadie puede venir a visitarnos,
desafortunadamente.
Podría aprovechar este post para
lamentarme de este episodio non grato y adornar mi texto de argumentos
apocalípticos, con lamentos y quejidos de plañidera, pero no. No voy a caer en
la trampa del desánimo.
Eso sí, cuando la alerta
sanitaria sea un mal recuerdo (la económica merece otras consideraciones y nos
va a durar más que un traje de pana), tiempo habrá de echar leña al fuego donde
quemar a los responsables. Que me he quedado con sus caras.
Publicada en "Cartas a la Directora" del diario HOY el viernes 27 de marzo de 2020.
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