Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

El Karma



 Si es cierto que el karma es una ley cósmica de causa y efecto, en el caso que ahora paso a exponer se ha cumplido a rajatabla. Todos tenemos libertad para elegir entre hacer el bien o hacer el mal, pero hemos de ser conscientes que tenemos que asumir las consecuencias de nuestros pensamientos, palabras y obras.
A principios de junio del año pasado una perrita, aparentemente despistada, entró en mi casa. Mi hijo Enrique la atendió y se preocupó por localizar a sus dueños, pensando que estarían buscándola con desesperación. Nada más lejos de la verdad. La cruda realidad era que la habían abandonado, pero Enrique se encargó de buscarle por todos los medios a su alcance una familia que la quisiera adoptar y la atendió con todo tipo de mimos hasta que se la llevaron. Como mi hijo es muy sociable, congenió bien con la pareja que se llevó a la perrita, y sabe de ella de cuando en cuando, que están felices de tenerla y que la cuidan como una más en la familia.





Hace dos meses nació Floki, un cachorro de braco húngaro, hijo de Galo, que es la mascota de uno de los mejores amigos de Enrique.
El día que ocurrieron los hechos, Enrique y su novia, María, salieron de mi parcela para ir a desayunar a un bar cercano. Dejaron a Floki con mi marido jugueteando, hasta que él entró en casa y dejó al perro fuera para que correteara con libertad. La cancilla estaba cerrada, pero el candado abierto.  
Enrique y María tardaron unos veinte minutos en volver. Extrañados de que Floki no saliera a hacerle fiestas, preguntaron a mi marido si estaba con él, a lo que contestó que no. Le buscaron por toda la casa, pero las alarmas ya estaban a plena potencia. Alguien se lo había llevado, era imposible por su corta edad que se hubiese podido saltar y salir entre los barrotes de la cancela, alguien le había abierto con intención de robarlo. Es un preciado perro de caza, que muchos desean adquirir aunque sea a costa del sufrimiento de otros. Y saberlo no era muy alentador.


A partir de ese momento, comenzó una carrera contra reloj para encontrar a Floki. Por calles adyacentes, por descampados cercanos, por urbanizaciones vecinas, a pie, en coche, en bicicleta, en moto… Preguntando a todo el mundo, movilizando a todos los amigos disponibles, pegando 150 carteles con foto en cada farola –hechos en tiempo récord-, y por supuesto, difundiendo un desesperado mensaje en todas las redes sociales.
Enrique siempre ha defendido que hay que tener amigos hasta en el infierno, y puede que ese fuese el motivo por el que la respuesta a su petición de ayuda y colaboración para recuperar a su mascota adquiriese tal magnitud: en cinco horas que duró la angustia de no saber de Floki, su post en Facebook fue compartido 1.100 veces. 


Con su carácter fuerte y decidido, aunque también es muy sensible, y pasando la treintena, ese día lloró por su mascota como un niño pequeño. Y con él María, y los amigos más íntimos, sobre todo pensando en la posibilidad de encontrar a Floki muerto en una cuneta, atropellado por algún vehículo en un camino o carretera cercana, posibilidad que aumentaba con el paso de las horas.
Cuando ya las fuerzas escaseaban, por cansancio y porque desde el desayuno no había vuelto a probar bocado, a eso de las 5 de la tarde recibió un mensaje. No era de ninguno de sus contactos; un anónimo le avisaba que había visto al perro en una foto de Instagram con un chico que la titulaba algo así como “Mi nuevo amigo”, argumentando que no soportaba las injusticias y pidiendo que respetara su anonimato. 


Enrique, una vez tuvo ubicado el barrio del susodicho, se personó allí y fue interrogando a todos los que se encontró, enseñándole la foto del individuo en su móvil, para que le dijeran dónde vivía. Y, casa por casa, en una desenfrenada búsqueda, llegó a la puerta que entre unos y otros le indicaron, y llamó.
Cuando la puerta se abrió, pudo reconocer al protagonista de la historia de Instagram. Le puso delante su móvil con la foto publicada, y le soltó: “Dime que éste eres tú y que tienes a mi perro”. Y antes de que pudiera contestarle, se derrumbó llorando. Yo creo que esa reacción fue la que le desarmó. Pasó al salón, y tal y como Floki lo oyó, se vino directo a él a lamerle y a hacerle fiestas. Enrique me cuenta que no puede precisar cuánto tiempo estuvo tumbado en el suelo abrazando a su perro, pero cree que varios minutos, durante los cuales el muchacho y su novia reaccionaron con sorpresa y con estupor.
Se sacó la cartera del bolsillo, les dejó lo que llevaba –que no era mucho- sobre la mesa, y salió con Floki en brazos, sin preguntas y sin que nadie se lo impidiera.


Mi hijo hace unos años habría resuelto esta situación con violencia, haciendo uso de su fuerza física, pero la edad y las experiencias le han enseñado a frenar sus impulsos, y mejor para él y para todos.
Ya por la noche, con el estómago cerrado todavía por la tensión acumulada durante todo el día, me lo encontré agazapado tras la cancilla, derrumbado, y tuve que abrazarlo un rato como cuando era pequeño para que se tranquilizara.
¿Ha sido el karma el que le ha recompensado por la buena acción con la perrita que ayudó el año pasado…? Quiero creer que es así.
El Karma es el juez de nuestros actos, es la energía transcendente e invisible que se deriva de nuestros comportamientos y que va acumulando consecuencias y pagos conforme a ellos. 
El Karma simplemente nos dice que las fuerzas que pusimos en movimiento hace diez minutos o hace diez vidas volverán a nosotros.  

Amén.







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