Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

martes, 15 de febrero de 2011

El cementerio de los elefantes.

  Es curiosa la manera en que las pertenencias de los personajes de la siguiente historia llegaron a mis manos. Un inmueble adquirido para tirar y construir una nueva edificación en su lugar y unos herederos que no valoraron ni
el contenido ni el continente de esa vivienda más allá del beneficio económico que les reportó su venta.
 En un primer momento, revisando las fotos y los manuscritos que acababan de confiarme, me sentí como un saqueador de tumbas, tenía la confusa sensación de inmiscuirme en asuntos íntimos de personas a las que nunca conocí, pero con rostro gracias a aquellos retratos amarillentos. No pude ni quise evitar fantasear con toda esa sustanciosa documentación. Y, he aquí el resultado: este cuento al que titulé

                               "El cementerio de los elefantes".

   Confío que no os aburra.







                               
   Miguel no podía evitar exhalar un suspiro cuando cada tarde, delante de aquella caja de madera, repasaba una y otra vez el resumen de su existencia en unas cuantas imágenes. Le hacía caer en la cuenta de lo efímera que es la vida cuando se contempla desde la perspectiva de los años. Ya nada podría volver a suceder y eso le dolía con la impotencia de una mente clara en unos huesos desgastados, vestidos con una piel marchita. Su mano temblorosa, plagada de manchas oscuras que la melanina salpica caprichosamente, se desliza, impulsada por una nostalgia infinita, dibujando con trazos inseguros sencillas palabras vomitadas por el corazón:
                            “¿Dónde te fuiste, Carmela?
                             ¡Cuánto tardas en venir!
                             Yo aquí me encuentro muy solo,
                              no puedo vivir sin ti…”

                         -Don Miguel, ya me voy. Le dejo su cena en la mesa de la cocina, como siempre. Que descanse. Y no olvide tomar sus pastillas.
                         -Descuida, Isabel. Hasta mañana.


                                            -------------------------------------

   Elisa era una auténtica convencida del reciclaje. Todo puede reutilizarse, -pensaba-, sólo hace falta de alguien un poco de atención para no subestimar objetos de un valor relativo. Miraba a través de su pupila ecológica y conseguía convertir en su imaginación algo inservible en objeto de culto. Había quedado con Pilar. Su marido,  promotor y constructor  inmobiliario, le había proporcionado la llave de una vieja casa del casco antiguo de la ciudad, adquirida para derrumbar y construir nuevas viviendas en el solar. Habían hecho planes de saqueo: azulejos, baldosas, algún mueble desvencijado para restaurar, quizás un cuadro o un perchero. La fachada mostraba una vivienda de dos plantas con cierto realengo, lo que sugería un rebusco suculento.
   El techo de algunas estancias estaba caído, así que muchos de los enseres supervivientes al tiempo habían sido atacados por la humedad. Elisa cogió de una silla un atadijo de láminas con ilustraciones de ejercicios físicos. Desató el lazo de raso verde que las mantenía en bloque y levantó la primera para comprobar si todas tenían moho. Afortunadamente las de abajo permanecían intactas, sin mencionar ese color característico del paso del  dios Cronos, entre amarillento y sepia. Cada una de ellas explicaba de forma gráfica una serie de ejercicios para trabajar deltoides, dorsales, bíceps, tríceps, abdominales…, y la manera correcta de hacer la inspiración y la espiración en cada uno de ellos.
   Los herederos no se molestaron en retirar ni siquiera la ropa de los armarios. A Pilar le llamó la atención una gran caja en uno de los estantes. En principio, ambas pensaron que sería una colcha, una manta o alguna otra prenda del ajuar doméstico. La expresión en la cara de Pilar hizo suponer a Elisa que el hallazgo era más interesante. Las dos al unísono dejaron escapar un grito ahogado de admiración cuando la prenda fue indultada de su obligada doblez y se extendió ante sus atónitas pupilas. Era un vestido de novia antiquísimo y en buen estado de conservación, de satén color miel. Una vez pasado por la tintorería luciría como en su mejor momento, desfilando su solera en algún evento de postín. Puesto a buen recaudo, Elisa y Pilar continuaron la inspección por las estancias de la casa. Entraron en el que, a todas luces, era el dormitorio principal. A simple vista, el mobiliario estaba completo, y la carcoma era el nuevo inquilino. La curiosidad iba en aumento, y las dos abrían los cajones de la cómoda, del armario, de las mesillas, ávidas de conocer las intimidades de los fantasmas que allí permanecían custodiando sus tesoros. En  uno de ellos reposaban dos sobres tamaño cuartilla que Elisa tomó entre sus manos, y sin poder explicar por qué, un escalofrío le recorrió el cuerpo poniéndole el vello de punta. En el exterior, escrito a mano con letras mayúsculas, podía leerse: “PARA ENTRAR EN MI ATAÚD”, y debajo un nombre y unos apellidos con una cuidada caligrafía: Miguel Gutiérrez Fagúndez. En el otro, escrito con  los  mismos rasgos grafológicos:” Últimas voluntades de Miguel Gutiérrez Fagúndez”. Ninguno de los sobres estaba sellado, al contrario, los laterales se abrieron cuando Elisa se disponía a descubrir el contenido y dejaron caer al suelo varias cuartillas. Los escritos se desparramaron de tal manera que ya no era posible asegurar de qué sobre habían escapado. Las dos se agacharon a recogerlos, al tiempo que los leían con desasosiego.

                   “Cuando se produzca mi fallecimiento DESEO ser enterrado en nicho nuevo vacío, aunque sea en el cementerio moderno, pues me causa gran disgusto el estar revuelto con restos mezclados que ya ni se sabe de quién son”.

   Esta manifestación de voluntad había sido escrita en rotulador rojo, cada palabra había sido subrayada, y DESEO con doble raya y con mayúsculas, como para reafirmarlo y convertirlo así en imperativo de obligado cumplimiento. Y, rubricando el manuscrito, una rudimentaria cruz dibujada con rotulador negro, imprimiendo tintes de solemnidad y misticismo forzado. 

                    “Cuando yo me muera hay que comunicarlo a la Seguridad Social para que dejen de ABONAR la pensión y evitar que pongan sanciones”.

   Esta encomendada misión era un negativo de la anterior, escrita en rotulador negro y subrayada en rojo, destacando en mayúsculas ABONAR. 

                  “Mis ahorros son exclusivamente el dinero que hay en la cajita de madera con llave que está en el armario de luna, dentro de una caja de cartón en el tablero superior, el saldo de la libreta de la Caja y el saldo y el superfondo de la cuenta de mi banco”.

   Este secreto ahora desvelado parecía ser el último, porque al final se remataba con un trazo firme que era lo más parecido a una firma legal.
   Elisa y Pilar habían permanecido mudas durante unos instantes en los que el tiempo se había congelado y sólo se escuchaban los latidos de sus corazones aporreando sus pechos a golpes de incredulidad y sobrecogimiento.
   Aún había más documentos, y más extensos.

                                                       “OTROS DATOS “

                  “En la caja pequeña de madera, dentro de otra más grande de cartón, que está en el ropero de luna del dormitorio, en la parte central, en el departamento de arriba a la derecha, tengo el sobrante de lo que cobro de la pensión mensual, además de lo que pueda tener en la cartera personal que llevo en  el bolsillo interior de la chaqueta de uso diario.
  De lo que se retire de las cuentas se puede separar una cantidad por si queréis poner una lápida en el nicho y una esquela en el periódico.
   Mi entierro está pagado y entra también el importe del nicho, todo ello en “Finisterre”, de funeraria Castaño. En dicho seguro está también incluido mi hijo Alejandro Gutiérrez Manjón.
   Además, en dicha compañía, hay hecho otro seguro de incendio de la casa de la calle Gabriel y Galán, 48, a nombre de Alejandro Gutiérrez Manjón, por si queréis seguir pagándolo.
   La contribución urbana está a nombre de abuela Carmela, y de momento también el recibo del agua.
                              Sigue a la vuelta---------------------------
   En cuanto a los objetos personales, tanto los de uso particular como los enseres domésticos y mobiliario, dejo al buen criterio de mi hija política Margarita su distribución y destino, tanto para su pertenencia como prendas u objetos que puedan interesar a mis nietos.
   También quiero tener una atención con Isabel Álvarez Ruiz, por los años que ha atendido puntualmente el cuidado de mi vivienda, desde antes del fallecimiento de abuela Carmela hasta mis últimos días, pudiendo ser algún objeto o mueble que sea de su interés.”

                                                      Murcia, 7 de julio de 1995.

                                                 Firmado: Miguel Gutiérrez Fagúndez.

                                       “DISPOSICIONES DE ÚLTIMA VOLUNTAD”

                      "Yo, Miguel Gutiérrez Fagúndez, natural y vecino de Murcia, nacido el 7 de noviembre de 1905, hijo de Juan y Mariana, declaro que mis bienes son exclusivamente de efectivo en el momento actual, libreta de la Caja y cuenta corriente del banco habitual, teniendo firma reconocida en ambas entidades mi nieto Miguel Gutiérrez Alcántara, y en consecuencia

                                                                    DISPONGO

   Que si en el momento de mi fallecimiento existe en dichas cuentas efectivo suficiente, pueda reintegrarlo mi citado nieto, y repartirlo de esta forma:
1º------------Tercera parte a mi hijo Alejandro Gutiérrez Manjón.
2º------------Otra tercera parte a mi hija política Margarita Alcántara de la Fuente.
3º------------La tercera parte restante dividida en otras tres:
                   -Para Miguel Gutiérrez Alcántara.
                   -Para Carmen Gutiérrez Alcántara.
                   -Para María Gutiérrez Alcántara.

                                               Así lo deseo y firmo este documento."

                                                       Murcia, 7 de julio de 1995.

                                               Firmado: Miguel Gutiérrez Fagúndez.

   Impresionadas por el fortuito hallazgo y consternadas por la historia que se dejaba entrever a través de esos papeles, todavía les quedó energía para continuar con el rebusco, y aún encontraron nueva documentación gráfica, una cajita llena de fotos y recuerdos familiares que inexplicablemente a ningún descendiente de Miguel habían interesado, y que revelaban detalles más concretos de su longeva vida. Descubrir todo esto sumía a Elisa en una profunda reflexión sobre la vida y la muerte, y la llevaba a concluir que el ser humano es a veces el menos humano de los seres.
 Existe un lugar en África, entre Uganda y Kenia, llamado Monte Elgón. Se trata de un volcán extinguido donde se ubica la leyenda que cuentan algunas tradiciones africanas. Dicen que los elefantes, cuando sienten que su muerte está cerca, abandonan la manada y, guiados por el instinto, o tal vez por una especie de memoria colectiva, se dirigen a un lugar que sólo ellos conocen, donde se amontonan las osamentas blanqueadas de sus ancestros. Para morir, los paquidermos se recuestan para dormir allí su último sueño. Como Miguel, recostado en su lecho esperando una  muerte asumida, programada, inevitable, e incluso anhelada.
   Sus herederos no se conmovieron por los recuerdos que aún flotan en el ambiente, no respetaron el cumplimiento de sus últimas voluntades, ni guardaron celosamente los testimonios gráficos de su paso por este mundo. Por el contrario, organizaron numerosas expediciones destinadas a encontrar el preciado marfil, en forma no de colmillos, pero sí de gratificaciones económicas y materiales. Y en la búsqueda asolaron el lugar, sin saber que lo protegían los espíritus y que de allí todos los exploradores de asfalto saldrían condenados con una maldición que acabaría llevándolos a la muerte, sin piedad, sin compasión, sin paliativos. Dicen los entendidos que los elefantes son animales muy sociables, extremadamente inteligentes, que se podría deducir que son capaces de entender el concepto de la muerte. Los descendientes de Miguel se comportaron como alimañas y vivieron como tales, condenados por una maldición que llevó a su hijo al castigo de permanecer atado a una silla de ruedas, a su nuera al pozo profundo de la depresión, y a sus nietos a la búsqueda infructuosa de una serena felicidad que nunca llegó a satisfacer sus ansias de falsa ostentación.



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   Isabel cogió el abanico de encima de la cómoda y centró el pequeño cofre donde guardaba unas cuantas baratijas con las que complementaba siempre su sencillo atuendo. Salió con determinación camino de la parroquia, buscando una sombra imposible en las aceras de calles solitarias, en una calurosa tarde de julio. Cada año, por estas fechas, acudía a la iglesia a escuchar una misa en recuerdo de Miguel. Nunca olvidaría su trato amable, su generosidad, su exquisita educación, pero sobre todo, nunca olvidaría su mirada triste y su conmovedora melancolía desde que la señora Carmela se le fue…Se apagó poco a poco, sabiendo hacia donde se dirigía su destino, llevándolo de la mano. Aquella mañana de verano, Isabel abrió la puerta con su llave y se extrañó al no escuchar la radio. Él siempre escuchaba las noticias desde que se levantaba, decía que era lo más parecido a estar acompañado, y de paso, le mantenía informado puntualmente de lo que pasaba por el mundo. Cruzó el pasillo con diligencia hasta el dormitorio principal, y al no escuchar nada, tocó con los nudillos. No hubo respuesta, y el corazón le dio un vuelco. Abrió, y ahí estaba, tendido en su cama, con un gesto de paz infinita en el rostro, y algo entre sus manos. Al acercarse reconoció la foto de su señora Carmela y un trozo de papel resbaló de entre sus dedos, permitiéndole leer las líneas en las que Isabel reconocía perfectamente la letra de las pequeñas listas de compra encargadas por Miguel.

                            “¿Dónde te fuiste, Carmela?
                             ¡Cuánto tardas en venir!
                             Yo aquí me encuentro muy solo,
                              no puedo vivir sin ti…”

   En la mesilla permanecía lleno el vaso de agua, y a su lado los medicamentos de la noche. Isabel se sobrepuso para comenzar a difundir la fatídica noticia a los interesados, la familia directa, al médico de confianza que certificara la defunción, y cuando todos los mecanismos pertinentes estaban en marcha, fue cuando se derrumbó y lloró con ese llanto que sale de las tripas cuando la pena verdadera se desborda y se escapa por donde puede.
   Margarita, con su impasible arrogancia, no soltó ni una lágrima durante el funeral. Alejandro, desde su silla de ruedas, condenada a serle fiel sin remedio, se mostró algo más afectado. Y los tres nietos mantuvieron la actitud fría que les caracterizaba. Isabel lloró por todos ellos en un lugar apartado de la capilla, y más aún en la soledad de su casa. Margarita nunca le dijo que podía quedarse con algún recuerdo por expreso deseo de Miguel. 
   A la salida de misa, (ya hacía la friolera de diez años…), se acercaron a ella dos mujeres. No dieron muchas explicaciones, pero entendió que la habían localizado gracias a los documentos y las fotos que ahora le entregaban, guardados en una pequeña caja de madera que contaban haber recuperado de un estante dentro de un armario de luna, en una casa en ruinas en la calle Gabriel y Galán, 48.
   Se alejaron mientras Isabel se quedó estupefacta por la impresión, sujetando en sus manos la caja que tantas veces le había pedido Miguel que le acercara, para coger de ella dinero o sabe Dios qué, porque ella era siempre muy respetuosa con las cosas de los demás y procuraba ser discreta con lo que no le incumbía.
Elisa y Pilar  suspiraron tranquilas. Habían hecho lo correcto, entregar parte del botín de un expolio.



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   La calle era un hervidero de gente a punto de dar las nueve de la mañana. Ojos somnolientos, mejillas acartonadas, narices enrojecidas de frío, niños arrastrando mochilas sobre ruedas, autobuses tragando personas por la puerta delantera y escupiéndolas por la de atrás, luces anaranjadas intermitentes sobre palas mecánicas, que retiran los escombros de la demolición de una vivienda en ruinas, en cuyo solar se anuncia ya la construcción de apartamentos de lujo a precios asequibles. Una mañana gris de cualquier día, en cualquier ciudad, de cualquier año. Elisa, escondida bajo un anorak con capucha, se encamina a su trabajo como cada día, sorteando ojos somnolientos, mejillas acartonadas, niños arrastrando mochilas sobre ruedas, autobuses tragapersonas…No puede evitar  detenerse en el 48 de la calle, abducida por las luces anaranjadas de las máquinas, repasando los acontecimientos que les acaecieron a Pilar y a ella misma en ese mismo lugar, antes de que el progreso barriera los vestigios de las vidas que allí amaron y sufrieron. Al reanudar la marcha, algo le llamó la atención en el suelo. Una foto antigua y muy deteriorada, pisoteada y resquebrajada. Elisa se inclinó para recogerla. Reflejaba la imagen de una joven de la primera mitad del siglo veinte, de mirada inocente, pelo ensortijado, perlas en las orejas y en el cuello y semblante de Virgen de Murillo. Después de contemplarla un instante, le dio la vuelta. En su esquina inferior derecha, con esmerada escritura, leyó:

                                                     “A mi Miguelín de su Carmela”. 

Acercó la foto a su pecho. En un instante, todo a su alrededor se detuvo, y a Elisa le pareció flotar mientras creyó advertir una sonrisa de complicidad en la modelo de la valla publicitaria. 



   A mí se me quedó el corazón encogido. Aún conservo las fotos y los documentos...¿os ha gustado?


                                      ¡Hasta pronto!

5 comentarios:

  1. Me sorprende la cantidad de visitas que ha recibido este relato, que colgué hace un montón de meses, la mayoría de países hispanoamericanos.
    Gracias a todos,os animo a dejar algún comentario, me haría mucha ilusión. Besosss... Maribel.

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  2. ME HA ENCANTADO MARIBEL, AL PRINCIPIO CREIA QUE SE REFERIA AL SITIO ESSE AL QUE VAN LOS ELEFANTES EN AFRICA A REFUGIARSE DEL REY, NO DEL REY DE LA SELVA SINO DEL OTRO REY QUE TU Y YO SABEMOS PERO DESPUES ME CAUTIVO LA CONMOVEDORA HISTORIA QUE SE REPITE EN MUCHISIMOS HOGARES ABANDONADOS A LA INTERPERIE, ESPERANDO EL DERRUMBE Y QUE SE DIFUMINEN SUS FANTASMAS QUE CONSERVAN CON SIGILO LOS SECRETOS DE LAS PERSONAS QUE POR ALLI PASARON...

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  3. Todavía conservo todos los documentos y fotografías que dieron pie a fantasear esta historia, pero sospecho que hay más de una coincidencia con la realidad. Y, como tengo acceso a los auténticos nombres de los personajes,y a su imagen real, también sé a qué familia de Badajoz pertenecen. Me produce desazón que hayan desechado estos "tesoros" de la vida de sus familiares directos.
    Es muy gratificante que te haya conmovido el cuento.
    Muchas gracias por tu comentario, Virgilio.

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  4. MUCHAS DENADAS, ES VERDAD QUE ME HA CONMOVIDO PORQUE MUCHAS VECES PIENSO EN ELLO, NUESTRA PRESENCIA AQUI EN LA TIERRA ES EFIMERA PERO AHI ESTAN ESOS RECUERDOS PARA ATESTIGUAR NUESTRO PASO POR ESTE INFAME MUNDO, LO MALO ES QUE LA GRAN MAYORIA TERMINAN EN ESE CEMENTERIO QUE HACE QUE SE OLVIDEN DE NOSOTROS Y ESO ES LO QUE ME ENTRISTECE, UN BESO MARIBEL...

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  5. Este cuento ha sido publicado en el recopilatorio "El Vuelo de la Palabra. El cuento en Extremadura en 2.012", editado por el Ayuntamiento de Badajoz.

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