Estulticia y otras memeces.
En filosofía, la estulticia es la ineptitud para comprender un algo, que puede ser simple o demandar de cierto esfuerzo intelectual. No todos conocían este concepto, pero muchos han podido incorporarlo a sus conversaciones gracias a los rifirrafes destapados entre miembros de las altas esferas políticas de nuestro suelo patrio. No somos nadie, y las nuevas tecnologías son armas de doble filo que ponen de manifiesto una vulnerabilidad que siempre está al acecho.
De los whatsapps que han inundado los informativos estos últimos días se puede deducir que el presidente no considera a su antiguo vicepresidente inteligente ni sagaz. Escribe sobre él: “Qué torpe. Lo suyo no es maldad, es estulticia”. Mira por dónde, más de uno va a enriquecer su vocabulario sin hacer un gran esfuerzo. Por si no os apetece recurrir a la RAE, os facilito algunos sinónimos de la palabreja: necedad, tontería, estupidez, idiotez, imbecilidad, memez, necedad, sandez, bobada, bobería o cojudez. Vamos, que el estulto antes mencionado es un tonto, un necio. La sinceridad en estado puro al abrigo del anonimato, ahora hecho público aunque duela.
Pero el reparto de calificativos ha sido generoso: petardo, impresentable, la jodida, tocacojones, pájara… ¡Qué espléndido repertorio! No descarto que en entregas próximas aparezcan otros como: lameculos, gilipuertas, putañero… Quedan muchos perfiles en nuestro panorama político para adjudicarles lindezas a las fechorías de sus señorías.
Todo sea por afianzarnos en el aprendizaje de nuestro maravilloso idioma, así obviamos otros asuntos menos festivos. Que, haberlos, haylos.